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Las maletas están ya sobre el auto de padre Fuentes, todo listo para volver a la capital, al calor y al tráfico del fin de semana. No quedaba más qué hacer tampoco. Habían sido días con pequeños recuerdos y encuentros. La madre se iba con una sonrisa mientras despedía con la mano, el padre conducía y sonreía también con la misma intención, Mike les despidió señalándolos con el dedo corazón y enseñándoles la lengua, algo que la abuela respondió con el ceño fruncido y elevando la mano en modo de amenaza, Vic simplemente les sonrió, y su compañero gesteó con las manos la despedida, muy agradecido por todo lo que había encontrado, aprendido y lo bien que se llevó con los abuelos de Victor.

— Me da una paja volver al trabajo mañana —Mike resopla, hundiéndose en el asiento para rendirse ante la idea expuesta. El simple hecho de verse nuevamente con el traje y el gorro fastidiando su pelo le molesta enormemente, pero sabe que si lo dice obtendrá el discurso de su madre sobre que la vida era dura y que él solito se lo había buscado al dejar los estudios a medias, sin embargo, sabía que si dentro de la familia hubiera recibido una educación sobre la importancia de aquello, tal vez no estarían dónde está, porque simplemente le daba igual estudiar o no, y siempre fue así.
Por otro lado Vic no sabe mucho qué hacer, necesita un nuevo empleo y los papeles que tiró por ahí no le rendían fruto, prácticamente estaban sobreviviendo con el padre y el fin de semana había sido sustentado en este viaje, camuflado de paseo. Quizá lo único increíble que le pasaba es que tenía a ese tipo a su lado, con las manos tomadas a escondidas y esa bellísima sonrisa adornando sus labios, labios que ya sabía a qué sabían. Suspiró, demandando alguna que otra mirada, aunque sea de reojo, pero no la obtuvo. Kellin estaba muy ensimismado ahora mismo como para prestarle atención, y a medida que el viaje avanzaba, se queda dormido apoyado en su hombro





— ¿Estay seguro de qué no quieres que te vaya a dejar a tu casa? —Vic le pregunta por segunda vez. Kellin está con su maleta a unos pasos del metro, durante el tiempo pasado había memorizado algunas estaciones y se sabía mover con más seguridad entre el transporte y la Bip! la mantenía continuamente recargada, así que estaba tiqui-taca.

— Sí, no te preocupes. Me deja súper cerca —el moreno le mira dudoso, entrecerrando los ojos a medida que busca que realmente esté todo bien como le dice el ojitos claros.

— Mmm, bueno ya, pero me llamai cuando lleguíh —Kellin sonríe y asiente—. ¿Un besito de despedida? —agrega en un murmuro. No puede no sonreírle, así que asiente con calma y se acerca cauteloso. Ya le da lo mismo lo que la gente pueda decir, total, después de todo no vive con ellos y ni siquiera es su familia. La gente pasa, pero los sentimientos se aprovechan, siempre.

Vic choca sus labios en un topón, apartándose de inmediato, es tan corto aquello que ninguno siquiera logra cerrar los ojos a tiempo. Está sorprendido, esperaba algo más largo y dulce de su parte.

— Noh vemoh —se echa a correr.

Kellin pestañea varias veces, mirando a su alrededor como todos pasan sin mirarle, tampoco le importa, se siente raro, y no le gusta para nada sentirse así, con el pecho oprimido y el vientre revuelto, tal vez es el viaje, tal vez la última sopa que tomaron antes de irse, un algo, pero no lo sabe. Avanza con cuidado, arrastrando las ruedas de su maleta y espera a las dos personas delante para pasar la tarjeta y hacer ingreso, mira a ambos lados y comprueba la dirección que debe seguir; izquierda. Bajando las escaleras con cuidado, observa a un chico con el celular en mano, con el uniforme amarillo y muy junto a esa línea que evita los accidentes en el andén. Le parece familiar. Logra distinguir algunos tatuajes en su cuello y un arete diminuto, lleva una gorra con visera plana hacia delante ¿dónde lo ha visto? Su imagen le distrae y olvida las pasadas sensaciones, olvida aquel casto beso por unos segundos. Y aunque le parece extraño que puede ser alguien que conozca, la única idea que ronda es que sea alguien amigo de Vic.

— ¡Kellin! ¡Güena oeh! —Y sí, alguien que conoce—. ¿Ya llegaron?  —le pregunta acercándose a saludarlo.

— Sí, hace poco —le dice, estrechando las manos—. ¿Cómo estás? —educación, es lo único que puede hacer por el momento.

— Bien, aquí matando el calor y salvando vidas —le dice sonriendo y guardando el celular en el bolsillo del pantalón—. ¿Vay para tu casa?

— Sí ¿hago cambio de línea en Baquedano, cierto?

— ¿A la línea cinco? Sí 

— A ya, gracias —guarda silencio.

— ¿Cómo está Mike... y Vic?

— Bien. Vic me vino a dejar. Mike fue a casa —asiente. Tiene que recordarle antes de que suba.

Y entonces ahí vuelve esa sonrisa, primero en la calle a la casa de Vic y luego en la sala y en la cama de Mike; Tony. Cómo se le pudo ir aquella sonrisa tan amplia y el brillo inmenso de sus ojos. Miró un par de personas más llegar, sentía el cuerpo cansadísimo y lo único que necesitaba era una ducha tibia y dormir, dormir un par de horas para componerse por completo.

— ¿Viste a los tatas? Soy súper hueones —se ríe. Kellin sonreí por algunos recuerdos—. El campito Fuentes —susurra.

— Eran simpáticos...

— Y hueones —agrega—. La otra vez cuando fui la abuela estaba haciendo pie de limón y de un momento a otro empezamos a tirar toas las hueás, el abuelo llego con pala y mando el pie a la conchetumareh —narra entre risas. Kellin no puede ni imaginarse aquello, le parecen personas diferentes—. ¿No hicieron algo así? —pregunta al ver sorpresa en su rostro.

— No, la abuela me enseñó a tejer —recuerda.

— Vieja culiáh —el radio le murmulla—. Bueno, que estés bien, hasta luego —se hace a un lado y ordena a medida que el metro se hace ver. Tony transforma su cara de risas a una totalmente seria y repite continuamente que todos se mantengas detrás de la línea amarilla, esa que separa a centímetros de los vagones, de no ser por guardias cono Tony, habrían muchos accidentes o descuidos.


Kellin queda pensando en los abuelos que él conoció con los que Tony le relató, y le parece lejano, pero le produce dulzura y gracia al mismo tiempo.


Llegando a casa lo primero que hace es tirar la ropa sucia a lavar, despeja algunas cosas y revisa la grabadora.

— Kellin, hueón —la voz de Chris es lo único que se oye dentro de toda la estancia—. Te he conseguido trabajo, me debes una, hermano —se quita la chaqueta y deja el resto de ropa en la habitación. Chris le ha dado una buena noticia—. Hay una demanda contra un tipo que no paga la pensión al hijo de diez años. Un caso fácil. Te envió los datos de la mujer por correo y su número para que la contactes... espero que el fin de semana con el flaite te haya ido bien —se escucha la risa liviana—. Bueno, nos vemos. Chau —el mensaje se corta.

Nadie más le ha dejado correspondencia, salvo los gastos normales de cada mes, algún mensaje por navidad y el año nuevo.

Le inquieta la imagen de Vic los días anteriores. Sonríe. Tiene, en su mayoría, buenas cosas que guardar. De su maleta toma unos ramilletes que le regaló la anciana antes de partir, una rama de canela aún verde la deja en un jarro de agua, semillas de algunas cosas pocas y unas yerbas raras que recetó para el estrés, típicas cosas de ancianas. Lo único que el viejo le dio fue una chupalla de paja con un dibujo de un cerezo... sonríe por el recuerdo dentro del bosque que le produce el dibujo. Vic vuelve a quitarte una que otra sonrisa más durante el día. Cuelga del sombrero en un clavo frente al televisor y se dirige finalmente al baño, donde tomará un largo baño.

El resto de la semana no sabe mucho de su moreno sonriente y pícaro, un par de mensajes compartidos, y no mucho más. Está muy concentrado en la demanda que llevará a cabo, no es tan difícil, como puede ver a medida que las citas con la mujer continúan.

El único problema era solo uno; el juez Pérez.

Kellic A La Chilena ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora