DIANA AYLEEN

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La amas o la odias. Es la protagonista de moral gris, indecisa, manipuladora, mentirosa, hipócrita, dulce, chistosa, torpe, única, inocente, maliciosa, cruel, de un cabello fabuloso. Le teme a la oscuridad. Le encantan los pasteles, la música pop, pasar tiempo con su hijo y besarse con Amina y Jessica ¿Su más grande ansia? Una familia ¿Su mayor defecto? Saber lo que quiere, pero tener miedo de decirlo.

Esto empezó con ella, y se termina con ella.

Mi dulce reina malvada.

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23 años atrás...

KAHNARA CAVALIER

Me extraña ver girasoles en la entrada, cuando a Judith le gustaban solo las rosas de color rojo vino. Sin embargo, no era el único cambio que le habían hecho a su mansión, últimamente este lugar tiene color diferente, más vivo, más sentimental.

Toco cinco veces el picaporte con la forma del demonio de Peter, con tres ojos y ambos cuernos curvados. Ruedo los ojos. Sigue siendo un hijo de puta tan egocéntrico. Como sí me escuchara, él es el que abre la puerta, y me barre con la mirada un par de segundos.

—¿y Orbe Negro?—Es lo primero que pregunta después de no verme en meses.

—¡Ah! Está aquí—Extiendo mi puño derecho al frente y él baja la mirada de inmediato, con una sonrisa divertida, alzo mi mano toda velocidad y golpe la punta de su nariz. —Agasájate.

Me río, cuando él me fulmina con la mirada.

—Eres hilarante, en verdad—Suelta con sarcasmo, mientras se hace a un lado para dejarme entrar. —Necesito con urgencia ir ¿Por qué no lo trajiste?

Lo miro, él en serio parece estar en un estado deplorable, ojeroso, cansado, si no lo conociera, diría que es un humano. Pero lo entendía, el inframundo es lo que muchos llaman cielo para nosotros.

Un mundo completo donde la magia se presenta en grandes mares, montañas enormes, ríos interminables, donde puedes hacer y deshacer a tu antojo, crear pequeñas dimensiones donde tú eres el rey. Y lo más importante, eres un demonio, una masa negra de partículas de todas las magias posibles, y solo salen a relucir dos "emociones": placer y hambre.

Sin embargo, dependíamos de una pequeña bola negra de hierro y ónix, con la sangre de Eckvan y un ritual muy exhaustivo de días entero, para entrar. Eso si a la reina roja se le placía compartir el inframundo. Un tire y empuje eterno. Que no siempre funciona.

Lamentablemente, los que nacimos a este lado y con un cuerpo terrestre, no podemos gozar de entrar o salir al inframundo cuando queramos.

Porque todo sería tan fácil.

—¿Judith?—Pregunto.

—Con Diana Ayleen—Carraspea, nervioso.

Fruncí el ceño, y lo volteo a ver. El castaño relame sus finos labios, esperando, sin hacer contacto visual.

—¿Diana Ayleen?—Pregunté, aturdida. —¿Desde cuándo les ponen nombres a esta edad y sin consultar en una reunión?

—Creo que es un buen tributo a nuestra reina.—Se encogió de hombros.

Alzo una ceja. Como sí le gustara otra Diana en la familia.

—¿Y Ayleen?—Cuestiono.

Sus ojos cafés respáldense un poco con un brillo que no había visto nunca en él, y en mí, hace mucho tiempo.

Sword Onyx [3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora