Sword Onyx [3]

CAPÍTULO 39

DIANA AYLEEN

Mi corazón latía de una manera loca en mi pecho, y cuando baje del auto, quería salir corriendo de mi pecho para no enfrentarla.

La mansión estaba en completo silencio, como una propiedad abandonada. Sin vida. Y eso me provoca un vacío en el pecho.

Cada beso, cada palabra, confesión y promesa volvió a mí, me arrastró como una fuerte ola en cosa de segundos. Amina siempre fue la parte del pasado que no me dejaba dormir en paz. Entonces, robó mis recuerdos, como los brujos del orbe lo hacían una y otra vez. Contribuyo a mi deterioro. Y era la que me consolaba en cada crisis.

Pero nuevamente estoy entera.

Estoy consiente de mi pasado, vivo mi presente y no sé que me espera en el futuro.

Como una persona normal.

Por fin.

Ahora, debo oír su versión.

Subo al porche, y saco la llave, la misma que ella me dio, porque este sería nuestro hogar. Cuando estoy a punto de meterla en la cerradura, noto que está abierta. Con el ceño fruncido, abro la puerta.

—¿Amina?—Pregunto.

No hay respuesta.

Entro, el ceño se me frunce al ver los mubles cubiertos de sabanas blancas, los cuadros que había colgado como decoración estaban en el suelo.

—¡Amina!—Alzo mi voz.

Me dirijo a la sala de estar, los sofás estaban destruidos. Me acerco a la chimenea, viendo como los girasoles que antes estaban tallados en la madera, están borrados.

Mis ojos comienza a arder. Escucho unos pasos bajar la escalera, y mi corazón comienza a acelerarse. No puedo evitar soltar un suspiro de alivio. Y me doy vuelta.

Atlas estaba en umbral, con dos maletas en las manos.

—¿Diana?—Susurra.

Voy hacia él.

—Atlas, y ¿Amina?—Él pasa saliva, y deja las maletas.

—Lo siento.

Niego con la cabeza, y me toma de las mejillas, para evitar que retroceda. Me mira con sus ojos verdes, los que son idénticos a los de Amina.

—Calma, calma—Me pide.

—¿Dónde está? ¿Dónde está Amina?—Pregunto. —¡Suéltame!

Lo empujo con fuerza, y logro soltarme de su agarre. Ahogo un sollozo, para intentar calmarme como pide. Sus ojos están brillando por una capa de lágrimas, jamás lo había visto así. Y solo hace que aumente mi miedo.

—Se fue—Confiesa.—Dijo que tú no la querrías volver a ver. Vino aquí y destruyó todo.

—¡No mientas!—Lo regaño. —¿Dónde está?