El vacío que dejas.

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Al día siguiente.

El día después del concierto comenzó con una tensión palpable en el aire. Malú estaba en su piso, sentada al borde de su cama, repasando en su mente los eventos de la noche anterior. No ir al concierto había sido una decisión difícil, pero sentía que era lo correcto, aunque no dejaba de preguntarse si Pablo estaría decepcionado.
Un golpe fuerte en la puerta la hizo sobresaltarse. Se levantó con prisa, arreglándose el pelo mientras caminaba hacia la entrada. Al abrir, Óscar, su jefe, la miraba con esa mezcla de impaciencia y frialdad que tan bien conocía.

—¿Qué pasó anoche? —preguntó sin preámbulos, empujando la puerta para entrar sin esperar una invitación.

—Mi madre... —empezó Malú, titubeante—. Estuvo mala y no podía dejarla sola.

Óscar cerró la puerta con brusquedad y la miró fijamente, evaluándola.

—¿Tu madre? —repitió, sarcástico—. Siempre tienes una excusa perfecta, ¿no? ¿Sabes el impacto que ese concierto podría haber tenido para nosotros?

Malú sintió un nudo en el estómago.

—Alguien hizo un directo en Facebook, ¿lo sabías? —continuó él, cruzándose de brazos—. Ha tenido miles de visitas, y ahora todo el mundo está hablando de ello. Podrías haber sacado algo importante de ahí para el periódico.

—Lo siento. —susurró Malú, sin atreverse a mirarlo a los ojos.

Óscar se acercó un paso más, invadiendo su espacio personal.

—Tu 'lo siento' no sirve de nada, Malú. Esto nos habría dado una ventaja enorme.

Ella no respondió, sintiendo el peso de sus palabras y la rabia contenida en su tono.

—Me tengo que ir a trabajar. —dijo finalmente, sacando su móvil para comprobar algo en la pantalla—. Pero esta noche vengo a verte. Y prepara una maleta, nos vamos cinco días al festival de Rías Baixas.

—¿Qué? —preguntó Malú, sorprendida—. Yo no cubro festivales.

—Ahora sí. Considéralo un castigo por el plantón de anoche. —contestó, mirando su reloj—. Si quieres llegar lejos en esta profesión tendrás que aprender a cumplir.

Antes de irse, le dio una palmada en el culo y un beso brusco en los labios, que ella no pudo evitar tensarse al recibir.

Cuando finalmente la puerta se cerró tras él, Malú se dejó caer en el sofá. Sus ojos se llenaron de lágrimas de impotencia, pero rápidamente las secó. No podía permitirse el lujo de llorar. Óscar no era solo su jefe; era también su pareja desde hacia dos meses, aunque esa relación distaba mucho de ser lo que cualquiera consideraría normal. No estaba con él por amor, ni siquiera por afecto. Óscar era una figura que representaba su ambición, su deseo de ascender en un mundo competitivo y duro. Era su boleto hacia una posición más alta en su mundo profesional, era uno de los periodistas más famosos del país, y aunque cada día esa relación la desgastaba un poco más, sentía que no podía renunciar a él sin perder todo por lo que había trabajado.

Pablo despertó temprano, aunque apenas había dormido. El concierto había sido un éxito a ojos de los demás, pero para él, algo no encajaba. La ausencia de Malú seguía pesando. Había cerrado el bar esa misma noche, oficialmente, como parte de su nueva etapa, pero lejos de sentirse liberado, se sentía vacío.
Con un café en mano, se sentó frente a su libreta. Las palabras no fluían. Las ideas parecían atrapadas en una maraña de sentimientos contradictorios. Era como si, al cerrar el bar, también hubiera cerrado una parte de sí mismo.
El timbre de su teléfono lo sacó de su ensimismamiento. Miró la pantalla con algo de esperanza, pero era Luis. Contestó con desgana.

Entre notas y secretos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora