Donde mueren los sueños.

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Las últimas semanas entre Malú y Pablo habían sido un torbellino de emociones. Desde aquella tarde en el estudio, sus encuentros se volvieron más frecuentes, más intensos. Malú encontraba excusas para pasar por el edificio donde Pablo grababa, y él, como si lo supiera, parecía siempre estar esperándola.
No había un patrón claro en su relación. A veces, una conversación casual en la cafetería se transformaba en una mirada que ninguno de los dos podía sostener por mucho tiempo, y otras, sus encuentros terminaban enredados entre las sábanas del pequeño piso de Pablo o en la penumbra de alguna sala vacía del estudio.

Dos semanas antes.

–¿Por qué siempre acabamos así? –preguntó Malú una tarde, entre risas nerviosas, mientras acomodaba su cabello en el sofá de Pablo.

Él, con la camisa abierta y una mirada cargada de ternura, le acarició la mejilla.

–Porque lo que siento por ti no lo puedo contener. Y creo que a ti te pasa lo mismo.

Ella bajó la mirada, nerviosa, jugando con sus dedos. Quería responder, decirle que sí, que lo que sentía por él la consumía. Pero luego aparecía Óscar en su mente, como una sombra constante.

Vuelta al presente.

El sol comenzaba a esconderse tras los edificios de Madrid mientras Malú y Pablo pasaban la tarde juntos en el pequeño piso de él. Habían decidido no salir, mantener ese pequeño rincón como su refugio, un lugar donde podían ser ellos mismos sin preocuparse de nada ni de nadie.
Habían terminado de cenar una pasta sencilla, y ahora, sentados en el sofá con una botella de vino a medias, el ambiente estaba cargado de una mezcla de complicidad y tensión.
Pablo se giró hacia ella, su brazo descansaba en el respaldo del sofá.

–¿Te acuerdas de la última vez que estuvimos aquí? Lo que pasó después de esa discusión absurda sobre... ni siquiera recuerdo sobre qué discutíamos.

Malú rió, inclinando la cabeza hacia atrás.

–Yo tampoco, pero seguro que tú dijiste algo para provocarme. Siempre haces eso.

–¿Yo? Jamás. Eres tú la que no sabe controlar tu genio –bromeó él, dándole un suave empujón en el hombro.

–¿Genio? Lo llamas genio, pero yo lo llamo tener carácter. –se defendió Malú, señalándole con una sonrisa que no lograba esconder.

–Llámalo como quieras, pero te pones guapa cuando te enfadas. Aunque luego tengo que buscar la forma de calmarte.

–Ah, claro, porque según tú, acostarnos es la solución a todo, ¿no? –dijo ella, riendo.

–Funciona, ¿o no? –contestó él, arqueando una ceja, logrando que ella soltara una carcajada.

Tras la risa compartida, el silencio se instaló brevemente, pero no era incómodo. Ambos miraban al frente, a ningún lugar en particular, disfrutando de la compañía mutua.

–¿Cómo llevas lo del estudio? –preguntó Pablo finalmente, rompiendo el silencio.

Malú tomó un sorbo de vino antes de responder.

–Bien, creo. Alejandro me ayuda mucho, y Max... bueno, él es increíble. No sé cómo lo hace, pero convierte cualquier idea mía en algo que tiene sentido.

Pablo asintió, mirándola de reojo.

–¿Y ya te ves haciendo esto en un futuro? ¿O todavía te cuesta creerlo?

Malú suspiró, dejando la copa sobre la mesa.

–No lo sé, Pablo. A veces pienso que esto es justo lo que necesito para salir de donde estoy, pero... luego me entra el miedo. No sé si soy lo suficientemente buena, ni si estoy preparada para todo lo que implica ese mundo.

Entre notas y secretos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora