Un articulo, mil preguntas.

118 14 8
                                    

Sábado.

Malú se despertó más tarde de lo habitual. La luz del sol entraba en su habitación con una calidez inusualmente reconfortante, pero aún sentía el cansancio acumulado del día anterior. No solo había sido la presentación, sino el peso emocional de ver a Pablo de nuevo, ese Pablo que creía conocer, pero que ahora parecía alguien completamente diferente.

Se giró en la cama, mirando al techo mientras suspiraba. Desde hacía meses, las mañanas habían sido su refugio. Los primeros momentos del día eran los únicos en los que sentía que podía enfrentarse al mundo con una pizca de optimismo. Pero esa mañana, el optimismo era escaso.

Después de cinco minutos más en la cama, se obligó a levantarse. Se colocó una sudadera y unos pantalones de algodón y fue directamente a la cocina. El sonido de la cafetera llenando el espacio con su habitual burbujeo la calmaba. Se sirvió en su taza favorita y salio de la cocina para sentarse en la mesa del salón.
Sobre la mesa estaba su portátil, junto con una pila de notas y borradores. Estaba escribiendo su primer libro y no estaba siendo nada fácil. Se sentó frente a la pantalla, observándola con la misma mezcla de entusiasmo y temor que sentía cada vez que se disponía a escribir. Bebió un sorbo de café y abrió el archivo titulado "Sin título – borrador 3". Miró el cursor parpadear, esperando que las palabras fluyeran.

—Vamos, Malú, un párrafo más. —se dijo en voz baja, animándose.

Comenzó a teclear:
"A veces, el amor puede parecer un refugio, pero se convierte en una cárcel. Y no te das cuenta hasta que las paredes comienzan a cerrarse sobre ti. Primero te hacen creer que eres pequeña, y luego, con el tiempo, comienzas a creértelo."

Se detuvo, leyendo lo que había escrito. Las palabras eran suyas, pero también eran el eco de lo que había vivido con Óscar. Aquella relación la había destruido de tantas formas, pero también la estaba reconstruyendo. Y ahora, con este libro, quería contar su historia. Quería que otras mujeres supieran que no estaban solas, que había esperanza después del dolor.

Elena le había recordado que esa noche asistirían a la fiesta de Pablo Alborán. Había invitado a su amiga con el permiso de Alborán para no sentirse tan sola y ahora ya no había excusa para no acudir. Aunque no estaba completamente de humor, decidió prepararse para pasar un rato agradable. Necesitaba momentos de distracción, y estar con Elena siempre era una buena idea.

Pablo, por otro lado, había dormido poco. La noche anterior había bebido más de la cuenta tras la presentación, intentando aliviar el torbellino emocional que le había dejado ver a Malú. Pero el efecto del alcohol solo le había ofrecido un alivio momentáneo, y el cansancio no tardó en instalarse.

Se levantó con la mandíbula tensa y los ojos pesados, aunque no tenía intenciones de quedarse en la cama. Sentía esa inquietud que lo impulsaba a moverse, a hacer algo para acallar su mente. Se dirigió al baño, dejando que el agua caliente de la ducha cayera sobre su espalda como una especie de redención. Cerró los ojos bajo el chorro de agua y, por un instante, pudo alejarse de sus pensamientos.

—Déjalo ir, Pablo. —se susurró a sí mismo, como si aquellas palabras tuvieran el poder de liberarlo.

Salió del baño envuelto en una toalla y se dirigió al armario. Optó por una camisa negra que caía sobre su figura de manera despreocupada, y unos pantalones oscuros que le daban ese aire de elegancia casual que siempre sabía manejar. Mientras se peinaba frente al espejo, no pudo evitar que su mente volviera a la sala de prensa, a ese momento en que vio a Malú por primera vez en meses. Su rostro, su forma de hablar, incluso la manera en que sostenía el micrófono con las manos ligeramente temblorosas... Cada detalle se le había quedado grabado.

Entre notas y secretos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora