Epílogo.

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Katsuki Bakugo.

Siempre me acompleje con Izuku Midoriya.

Lo molestaba, le decía palabras hirientes y lo lastime múltiples veces solo para recordarme a mi mismo que él no era mejor que yo. Mi necesidad por ser el mejor era un hambre voraz que me mataba cada vez que veía como Izuku Midoriya, un pobre extra sin quirk, me rebasaba.

Hasta que llegó ella.

Aguni Hamada.

Un metro sesenta y nueve, piel blanca, cabello ondulado de color negro y ojos morados.

Ella era mucho mejor que yo, que cualquiera, incluso que Izuku. En lugar de sentir competitividad, quería debilitarla...

Quería hacer que alguien como ella pudiera caer rendida a mi. Lo logré, pero aquello era un cuchillo con doble filo. Hizo que mi mundo estuviera a sus pies en lugar de ella a mi. Todos los días esperaba ansioso por verla, besarla, sentirla.

Nunca ame a nadie como la amo a ella. 

Nunca admire a nadie como a ella.

Es fuerte, lista, tenaz... Y es, simplemente, ella.

El amor era un perdida de tiempo hasta que me descubrí a mi mismo volviéndome adicto a ella: a sus besos, sus labios, el olor a chocolate, a la forma peculiar en que su cabello se acomodaba y desordenaba. Aun así, siempre se veía jodidamente increíble, y a cada partícula de su existencia.

Me descubrí a mi mismo idealizándola, poniéndola en la cima y en el centro de mi mundo. Siempre me reía de esas parejas y sus cursilerías, hasta que termine aquí, perdidamente jodido y enamorado de una mujer que, con solo cuatro palabras o un simple acción podría acabarme por completo.

Dicen que, antes de morir, se tienen siete minutos en los que se recuerda los momentos mas felices de tu vida. Yo pensé en ella.

Recordé la primera vez que la vi, como nuestras miradas se conectaron y sentí una corriente electica recorrer mi espina dorsal. La primer vez que le hable fue para retarla,  pensando que se quedaría callada o hasta temblaría. Fue toda una sorpresa ver lo contrario, me reto de vuelta y hasta se burlo de mi, supongo que eso fue lo que me enamoro.

Cuando fui a su casa, la primera vez que dormimos y yo estaba muy nervioso, nuestro primer beso en el cuarto de hospital, la primera vez que tome de su cuerpo la pal y la sabia aun con una mezcla extraña de amor y de rabia. 

Y cuando mis parpados pesaban, estaba a punto de cerrarlos mientras sentía las gotas de lluvia empapar mi rostro, la vi a ella. Brillaba como nunca, como una estrella.

Sonreí débilmente al ver en sus morados un brillo de tranquilidad, vi su rostro acercarse y sentí la suavidad de sus labios tocando los míos mezclado con las gotas de lluvia.

- Te amo, ojos rojos. - la escuche pronunciar al separarse aun estando cerca de mi rostro. Sentí un mechón de cabello rozarme la cara.

- Yo también, tonta.

Mis parpados pesaban tanto que me fue difícil seguir luchando por mantenerlos abiertos. Finalmente, le di la bienvenida a la muerte como a una vieja amiga.

La salude, vi su rostro reflejar una sonrisa lastimera bajo su manto oscuro. Siempre creí que al morir, probablemente me quedaría en el limbo, un lugar igual a la tierra con la diferencia de la inexistencia de la mortalidad, me sorprendió ver que el lugar en donde estaba era el cuarto de Aguni.

Con su guadaña señalo debajo de la cama, así que me incline para mirar y divise una caja de terciopelo color rojo.

- Ábrela. - Me ordeno con voz suave, casi como un susurro lastimero. Eso hice, y me encontré con lo que parecía ser... Manualidades de papel. Algunas tarjetas con forma de corazón y otras detalles muy creativos, lo curioso, es que tenían mi nombre en ellos.

«Un Amor Nacido Entre Rivales» Katsuki Bakugo x OC.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora