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Ben

Han pasado varias semanas desde la cena de acción de gracias y aún sigo sin poder creer que Aeryn me ama.

Siento un júbilo bastante abrumador e increíble al recordar sus palabras y la seguridad con la que lo dijo, cómo sus ojos azules y puros brillaban al declararme su amor. Eso fue el último golpe para hacerme creer por completo en aquel sentimiento que tan fervientemente me negaba a creer en su existencia.

Si ella es capaz de sentir amor por mí, yo soy capaz de creer en él. Soy capaz de sentirlo, de abrazarlo y admitir que el amor existe gracias a que ella y yo lo existimos.

Sin embargo, no pude responderle que yo también la amo con cada parte de mi ser. No con palabras al menos. El miedo que siento al pensar en hacer esa declaración es paralizante, pero espero haberle demostrado lo mucho que la amo.

En todas las posiciones posibles.

No lo ha vuelto a decir desde esa noche, yo tampoco se lo he pedido. Es como si no fuera necesario, como si el simple hecho de saber sobre sus profundos sentimientos por mí fuese suficiente.

Por ahora.

Aeryn se acurruca más contra mí en el sofá, envolviéndome con su calor y su dulce aroma. Tiene a Magdalena sentada en su regazo, mientras que yo tengo a una dormida Carlota acurrucada a mi lado. Mi novia también está acurrucada a mi otro costado, con mi brazo a su alrededor, manteniéndola cerca mientras vemos una estúpida película navideña que me obligó a ver, pero que adoro porque ella luce muy contenta mientras la mira.

Si ella es feliz viendo a un actor de los noventa (y que podría ser su papá) quitarse la camiseta para que su amada (quién conoció hace menos de una semana) no se muera de frío después de que el hielo de un lago se rompa justo debajo de sus pies, y ella haya caído al agua helada, pero no haya muerto de hipotermia por algún milagro navideño, pues yo soy feliz.

Ella lanza una tierna risita cuando los protagonistas se toman de las manos mientras están frente a una chimenea para secarse y hablan sobre sus traumas del pasado. Aeryn cubre hasta su boca con la manta después de reír otra vez, demasiado concentrada en la historia de amor cliché que se desarrolla delante de sus ojos.

Le doy un beso en la coronilla y ella vuelve a lanzar otra risa.

Una suave sonrisa se posa en mi rostro y miro por la ventana.

La nieve ha empezado a caer en suaves copos que se deslizan contra la ventana de nuestro... mi departamento, dando a los edificios aledaños un aspecto más navideño y festivo.

Nunca he sido fanático de la navidad y, al igual que todo lo demás en mi vida, no es algo que sea fácil de atribuir a algún trauma. De hecho, desde que soy un niño no me entusiasmaba mucho la navidad, solo recuerdo que lo único que quería era encerrarme en mi habitación y hacer algo de música, cosa que no podía hacer porque en la granja siempre se realizaba la aldea navideña, así que mi casa era invadida por extraños de todo el pueblo que no me dejaban vivir mi soledad en paz.

La Adicción de Ben (WA #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora