-CUARENTA Y DOS-

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Cuando Xue Yang salió del trabajo ya era de noche. Detestaba el trabajo de oficina, quizás lo detestaba, incluso, un poco más que a su jefe. Por razones que desconoce, aquel viejo altanero le hace la vida imposible, aunque él tampoco se queda atrás. 

Se puede decir que es un odio mutuo.

Después de todo, ¿quién es realmente inocente en esta vida?

La noche helada le hacía castañear los dientes, el aire frío mordía su piel, filtrándose por la ropa hasta sus huesos. Metió las manos en los bolsillos del abrigo mientras caminaba por las calles medio vacías del centro comercial y la fatiga lo golpeaba con fuerza, acumulada tras un día que parecía no terminar nunca. Las luces de los escaparates parpadeaban, los anuncios llamativos se reflejaban en el pavimento mojado, y él se preguntó, no por primera vez, si la vida en realidad se resumía a esto: trabajar, pelear con su jefe, llenar planillas y no tener ni un segundo para escribir. Si no fuera por Wei Wuxian, no haría esta clase de trabajos. No volvería a ofrecerse para estas cosas, nunca más.

El bloqueo lo estaba matando.

Quizás debería comer algo dulce.

Eso le haría bien. O al menos, lo haría sentir que tenía algo de control sobre su noche de mierda. Gruñó para sí mismo y pateó una piedra en su camino. Su humor ya estaba lo suficientemente podrido como para que cualquier nimiedad lo hiciera explotar. Quizás por eso, cuando sus ojos detectaron una figura conocida unos metros más adelante, sintió una mezcla de alivio e irritación instantánea.

Mingjue estaba patrullando de pie bajo la tenue luz de una farola. Su uniforme impecable, su postura recta, su expresión inquebrantable. Parecía una estatua, tan firme y sereno como siempre, como si nada en el mundo pudiera alterarlo. Su presencia tenía ese aire de solidez imponente, algo que, en ese momento, le resultó insoportablemente molesto.

Xue Yang no dijo nada. Solo se acercó y, sin pedir permiso, dejó caer su cabeza contra el hombro de Mingjue con un suspiro.

—Estoy harto.

El peso de su cuerpo hablaba por él. No era algo que haría con cualquiera, pero con Mingjue no sentía la necesidad de fingir. Creía que, al menos por un momento, podía mostrarse como el gatito arisco que era, porque incluso los gatitos ariscos necesitan mimos de vez en cuando.

El policía no se espantó ni dijo nada. Solo se quedó ahí, firme, como un pilar inamovible, con una mano acariciando suavemente los cabellos desordenados.

Xue Yang cerró los ojos, dejando que el calor ajeno lo reconfortara. Pero no duró mucho. No podía permitirse mostrarse así por demasiado tiempo.

Con un bufido, se enderezó y se cruzó de brazos.

—No digas nada. No lo necesito.

Mingjue arqueó apenas una ceja, pero obedeció.

Xue Yang lo miró de reojo y luego, como si el cansancio le diera permiso, dejó que las palabras salieran.

—En realidad si lo necesito, ¿te puedo contar? —preguntó, con el brillo de la ilusión y el cansancio mesclándose en sus ojos marrones. 

Mingjue asintió silencioso, dandole el espacio para quejarse. Y es curioso, porque a él no suelen importante esta clase de nimiedades. Todo el mundo tiene algo que podría ser mejor, ¿qué puede hacer él al respecto? Nunca está realmente dispuesto a escuchar, pero, ésta vez, sinceramente quiere ser de ayuda.

—No es nada del otro mundo pero, ¿sabes qué es lo peor? No es solo que mi jefe me odia y quiera echarme. Es que yo también quiero echarlo a él. Es mi misión. Pero claro, ¿cómo voy a hacerlo si mi vida se reduce a firmar documentos y llenar malditas planillas? ¡Ya ni siquiera tengo tiempo para escribir! El viejo es astuto. Y malo.

Papá Luchón | WangXian AU |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora