81- luna de miel

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Max.

La fiesta había sido un éxito total. Eran casi las seis de la mañana cuando finalmente logramos despedirnos de todos. Isabella estaba agotada, apoyada contra mi hombro en la limusina que nos llevaba al aeropuerto privado. Sus pies ya no daban más después de tantas horas de baile, y aunque se notaba que quería mantenerse despierta, el sueño la vencía poco a poco.

—No me has dicho a dónde vamos —murmuró con los ojos cerrados.

—Es una sorpresa, amor. Solo descansa, cuando lleguemos lo sabrás.

Ella frunció el ceño levemente, pero su cuerpo se relajó de inmediato. Sabía que la curiosidad la estaba matando, pero la fatiga era más fuerte.

Cuando llegamos al aeropuerto, los pilotos ya estaban listos. Nos ayudaron a subir al jet privado, y apenas nos acomodamos en los asientos de cuero, Isabella se acurrucó a mi lado.

—Cinco minutos —susurró.

Pero en menos de dos, ya estaba profundamente dormida.

Yo también estaba agotado, pero la emoción de nuestra luna de miel me mantenía despierto. Miré por la ventanilla mientras el avión despegaba, dejando atrás Alemania.

Nuestro destino: Bora Bora.

Paraíso en la Tierra

Después de varias horas de vuelo, Isabella comenzó a moverse lentamente. Sus ojos se abrieron con pereza y miró por la ventanilla, encontrándose con un paisaje completamente diferente.

El sol brillaba en un cielo despejado, y bajo nosotros, el agua cristalina se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Pequeñas islas con bungalows sobre el agua adornaban el paisaje.

—¿Dónde estamos? —preguntó, con la voz aún adormilada.

—Bienvenida a Bora Bora, mi amor.

Sus ojos se abrieron de par en par.

—¿Bora Bora? ¿En serio?

Asentí con una sonrisa.

—Tú querías un lugar bonito… creo que este cumple los requisitos.

Isabella se giró completamente hacia la ventanilla, observando fascinada el paraíso que nos rodeaba. La emoción comenzó a reemplazar su cansancio, y cuando el avión aterrizó en la pequeña pista privada, ya estaba completamente despierta.

Nos recibieron con collares de flores y bebidas tropicales antes de llevarnos en un bote hasta nuestro bungalow sobre el agua.

Cuando entramos, Isabella se quedó sin palabras. La habitación era enorme, con ventanales que dejaban ver el mar turquesa en todas direcciones. Había una piscina infinita privada, un acceso directo al océano y una cama que parecía sacada de un sueño.

—Esto es… —Isabella giró sobre sí misma, tratando de asimilarlo todo—. No tengo palabras.

—Entonces no digas nada —susurré, tomándola por la cintura y besándola suavemente.

Ella sonrió contra mis labios antes de abrazarme con fuerza.

—Esto es perfecto, Max.

—No más que tú.

El viaje había sido largo, la fiesta agotadora, pero en este momento, con Isabella en mis brazos y el sonido del océano de fondo, supe que todo había valido la pena.

Nuestra luna de miel apenas comenzaba, y estaba seguro de que sería inolvidable.

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⏰ Última actualización: 2 days ago ⏰

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