Es el año 2027. Tras la operación de ligamento, la recuperación de Alexia, que parecía muy prometedora, se vio truncada por una complicación tras otra. El tiempo, una lenta recuperación y la edad, terminaron por alejarla del fútbol profesional.
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En el minuto sesenta y tres, Tere Abelleira, con un cañonazo desde fuera del área grande, adelantó al conjunto español en un partido que les estaba resultando agónico.
Las holandesas habían optado por un enfrentamiento que limitara el destacado y fluído juego del equipo, echando balones fuera y haciendo pequeñas faltas que detuvieran aquellos momentos en los que las españolas parecían recuperar la chispa.
Alexia se había sentado en el banquillo a observar desde el inicio de la segunda parte. Tenían una estrategia para desafíos como aquel, pues sabía que alguna selección terminaría por proponer un partido así; pero no era en absoluto su sistema más eficiente. Por ello, Laura Mestre había comenzado a calentar en cuanto el silbato del árbitro marcó el inicio del segundo tiempo.
No le gustaba la idea de gastar esa baza en cuartos de final y no esperaba que fuera una selección como Países Bajos la que la obligara, pues habría apostado porque confiarían en su juego ofensivo y no gastarían la mayor parte de sus recursos anulando las características individuales de cada una de sus jugadoras.
A Laura le temblaban las rodillas. No era fácil pasar a jugar del Mollet UE a unos cuartos de final de la copa del mundo en cuestión de un año. La joven delantera no era más rápida que Salma, no era más escurridiza que Aitana, no tenía el disparo de Claudia Pina ni la visión de Patri Guijarro. Cometía los típicos errores en las decisiones que tomaría una jugadora con su experiencia y dudaba de sus propias capacidades como cabría esperar de un primer año en el fútbol profesional. Pero Laura era una completa desconocida para un equipo que había estudiado cada posición, cada decisión y cada movimiento de sus jugadoras y Alexia sabía que tenía algo diferente. Había aprendido a adaptarse, a generar espacios, a desconcertar a las defensas y sobre todo, acabaría con todas sus energías.
En el minuto 63, Laura Mestre se enfundó de nuevo la chaqueta de calentamiento y suspiró con una mezcla de alivio y fastidio. Vicky dejó un pequeño gesto de apoyo en su hombro cuando fue llamada a entrar en el minuto setenta. El cambio en el marcador había provocado un cambio en la táctica rival, que había hecho que comenzaran a formarse espacios en las antes asfixiantes líneas defensivas. Alexia había optado por cambiar la formación a un doble pivote con Teresa y Patri, pero Aitana estaba demasiado cansada de sus intentos en la primera parte como para tomar el lugar de ese ancla para todos los ataques a la contra. El regate en velocidad y la energía de Vicky serían mucho más efectivos. Precisamente, terminó de ser uno de sus pases el que permitió el segundo gol, ya en el descuento y después de muchas oportunidades de Athenea, que la colocó en el fondo de la red tras batir a Daphne van Domselaar.
Andries Jonker estrechó su mano al final del encuentro. Las jugadoras más jóvenes se abrazaron entre sí, las más veteranas no pudieron evitar emocionarse y Jana limpió las lágrimas de Jill con delicadeza. Era la primera vez que la selección española llegaba a la final four y los cámaras llenaban los carretes con las imágenes del llanto, del alivio, de la victoria.