Mis ojos se abren lentamente, adaptándose a la oscuridad de mi cuarto. Los cuatro pilares en los postes de mi cama sujetan una pequeña carpa de color rojo oscuro y esa es la primera cosa que veo todos los días desde que tengo memoria. Parpadeo un par un de veces antes de sentarme en el bordillo de la cama y bostezar. Tengo sueño, pero si duermo mucho mis papás se molestarán y no es algo bonito. La seda negra del pijama me cubre y crea ondas sobre mi cuerpo que aliso con las manos. Me pongo las pantuflas blancas, esas que tanto odia mi papá y salgo de mi cuarto para desayunar algo y tener energía suficiente para... para... pues para lo que suceda hoy si es que sucede algo importante.
Empujo la pesada puerta de madera negra y salgo de mi oscura habitación. La tenue luz de la ventana entra y se esparce en el suelo de mi habitación cuando cierro la puerta de nuevo. Camino por la alfombra roja que adorna el centro del suelo por un pasillo tan largo como un campo, no, como dos campos de futbol. Es una alfombra bonita, es del mismo color que la carpa de mi cama: un rojo oscuro, intenso, casi negro con relieves de dragones escupiendo fuego sobre soldados medievales. Gustos de mi madre. Hay pilares de piedra a mis lados, se yerguen cada seis metros y de ellos está sostenida con una mano de gárgola de metal una antorcha. Gustos de mi padre.
Tuerzo el pasillo a la derecha y sigo caminando. ¿Por qué la cocina tiene que estar tan lejos de mi cuarto? Camino otro trama y bajo una escaleras de seis metros de ancho. Las bajo rápidamente, caminando como camina un venado: sin hacer ruido y con una velocidad de vértigo. Llego al salón sobre el cual se levanta una araña de cristal y metal con bordes afilados y de apariencia peligrosa. Siempre que puedo me siento lo más lejos de ella que puedo. No quiero que me caiga encima ni de broma.
Brinco y toco el cráneo de rinoceronte sobre la puerta. Se tambalea y suelto un gritito antes de apartarme. No cae, pero me da un buen susto. Entro por fin a la cocina. No es como la cocina de la gente normal... no es cocina de gente para empezar. No huele a arroz ni a agua de limón, ni al vapor de la sopa ni a carne... bueno, a carne sí, pero carne que ni de loco probaría. Por eso me hice vegetariano, cosa que mi padre me reprendió fuertemente.
-Vegetariano...-dijo con sorna-, ¿cuándo se había visto a uno de nosotros, ¡de nosotros! Que fuera vegetariano?-meneó la cabeza mientras masticaba una pierna de... algo.
-Bueno, pues entonces trae a casa carne que no parezca sacada de un pantano. O pescado.
-Pero si hay pescado, tu madre preparó ajolote. Y esta carne-decía mientras sacudía la pierna de un lado a otro-, es la más fina que hay. La venden por libra y somos muy pocos los clientes quienes la conseguimos.
-Porque a nadie más le gusta-sentí la mirada molesta de mi mamá atravesándome-, además ¿qué no el ajolote está en peligro de extinción?
-Precisamente por eso lo traje.
-Bueno, de todas maneras quiero intentar esto-contesté mientras movía las verduras en mi plato con el tenedor dorado. Por lo menos se veían recientes lo que las hacía contrastar con todo lo que me rodeaba.
-Pues no sé, pero si te enfermas yo no pienso cuidarte, ¿eh?
-No, papá, no voy a enfermar.
-Porque yo soy quien se tiene que levantar a las tantas de la madrugada a buscar quien te pueda curar.
-Ya, papá, por favor-contesté con hartazgo.
-Bueno, ya te dije ¿eh? Nada de que "ay me duele esto" o "ay cómprame las verduras quienssabequé". Aquí no es restaurante, no voy a comprar para cada uno ni tu mamá va a cocinar sólo para una persona sólo porque quiere hacerse vegetariano.
El brócoli que molía con el tenedero de oro había quedado reducido a una pasta amorfa de color verde.
Así es mi papá. Sólo porque algo no le gusta cree que todos debemos seguirlo. Desaprobó que yo comenzara a hacer mi propia ropa. Pero es que, de verdad, lo único que tenía eran harapos. ¡Literal! Harapos con agujeros de color gris. Mi papá usa trajes y zapatos importados de algún círculo superior. Mi mamá usa vestidos largos y muy padres. Dicen que yo debo aprender a apreciar lo que me dan, pero yo quiero verme bien, no quiero lucir como un don nadie. Menos siendo el hijo de mi papá que es el que manda aquí.
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El Diablo Entre Nosotros
FantasySus ojos negros, su cola puntiaguda y sus cuernos no ocultaban la belleza de esa cara bajo la cual se escondía una profunda tristeza.