Trato de quedarme despierto unos minutos más, sólo por si acaso, pero el sueño me vence. Comienzo a soñar algo que no logro recordar minutos después, cuando mi madre toca la puerta.
-Az, voy a pasar-dice y entra. Yo abro los ojos con una pesadez impresionante, como si estuvieran pegados-, ¿cómo amaneció el cumpleañero?
-Bien-contesto con una sonrisa. Esta madre no tiene nada que ver con la de mi pesadilla, en absoluto. Cruza la habitación para abrazarme y besarme la frente.
-Que hoy sea un día hermoso para ti, bebé-dice con un tono solemne-, que los miedos se aparten de ti y puedas triunfar en todo lo que hagas-me aprieta más contra su pecho y yo logro oler el perfume de su cabello-, te quiero, bebé, que no te quepa duda de eso.
-Yo también te quiero-susurro pues no se que decir en situaciones así-, mucho.
Ella se queda en silencio por unos minutos, sin soltarme.
-Bien, prepárate y ponte guapo para bajar. Ya llegaron varios invitados y están preguntando por ti.
-Claro, má-me separo de ella y me siento en el borde de la cama, me tallo los ojos y cuando los abro encuentro una caja rectangular con un moño negro-. Pero ¿qué es esto?-una gran sonrisa aparece contra mi voluntad.
-Un detalle, aunque ni debería dártelo porque te comportas muy mal.
Tomo el regalo y lo comienzo a abrir tratando de esconder mi entusiasmo. Quito el moño que coloco con cuidado sobre las sábanas. Mi cola se enrosca sobre mis piernas por la emoción. Parezco un niño pequeño.
-Ay, no mamá-digo abriéndolo por fin-, no debiste.
-¿Te gusta?
-Me encanta, es decir, ¡mira!-saco la sudadera y la extiendo frente a mí. La tela negra cae sobre mis piernas y se siente tan suave sobre ellas. Los hilos rojos que la unen parecen venas que atraviesan el tejido y uniéndolo en una sola pieza, en un cuerpo que parece vivo. Las mangas tienen agujeros para meter el pulgar y que quede ceñida y perfecta al cuerpo y eso no es lo mejor. En la parte trasera tiene un estampado en gamuza más oscura, una calavera de Día de Muertos muy mexicana que sonríe. No queda duda, es mi prenda favorita de ahora en adelante, para siempre-. Gracias, mamá, de verdad está increíble. No la merezco.
-Qué bueno que admites eso-sonríe y pasa su mano por mi cabello-, pero ni modo de no regalarle algo al diablito más bello de todos-besa el espacio entre mis astas antes de levantarse-. No tardes en bajar.
-No lo haré-contesto sin apartar los ojos de la sudadera.
-Si tu papá pregunta, la conseguiste tú. Últimamente está de un humor... idéntico al tuyo-me lanza una sonrisita cómplice y sale de la habitación.
Esto mejora mi día considerablemente. No tardo en darme un baño y de ponerme de nuevo el bálsamo en los labios. Me arreglo el cabello y me pongo mi sudadera que me queda a la perfección. Miro detrás de mi espalda para ver la calavera y no evito sonreír. Si saqué el genio de mi padre, el sentido del estilo lo heredé de mi madre.
Bajo las escaleras y desde antes siquiera de entrar al salón, escucho el murmullo de varias personas hablando, copas moviéndose y risas espontaneas. Respiro profundamente y cierro los ojos. No me gusta ser el centro de atención, no sé cómo debo comportarme cuando me miran fijamente, esperando a que diga algo o me comporte de alguna manera y mucho menos si se trata de personas a las que ni siquiera conozco. Prefiero estar detrás del reflector, o si es posible, a un lado, mirando el podio donde alguien más es analizado con los ojos. Tamborileo los dedos en el barandal mientras escucho a mi madre decir algo que no llega bien a mis oídos. Mi cola se enrosca en mi pierna como si ella también tuviera vergüenza de salir. Quizás podría hacerlo si ahí estuviera Virgilio. Me podría quedar con él la tarde entera platicando de cualquier cosa o simplemente estando a su lado mirando a la demás gente. Podríamos darle la vuelta a mi padre, riendo entre los invitados y escondiéndonos detrás de las cortinas. Tomando agua de nube y mirarnos con un secreto que sale de nuestro pecho. Esperando el momento a estar solos y dejarnos llevar.
ESTÁS LEYENDO
El Diablo Entre Nosotros
FantasySus ojos negros, su cola puntiaguda y sus cuernos no ocultaban la belleza de esa cara bajo la cual se escondía una profunda tristeza.