Tres de Diablos.

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-¡Un alma en pena! ¡Una jodida alma en pena!-me sigue gritando cuando entramos de nuevo a la casa-. Apenas y lo puedo creer.

-Ya te dije que me agarró por sorpresa-digo con mi paciencia hasta el límite. Entiendo que fue algo muy estúpido de mi parte no hacer nada, pero de verdad me quedé helado. No fue como que quisiera quedar en ridículo frente a mi papá.

-Piroquinesis, telequinesis... tienes todo a la mano, literalmente en la mano y te quedas como menso esperando a que te ataque un alma en pena-continúa sin prestarme atención. Las puertas principales se cierran detrás de nosotros y escucho a mi mamá bajar las escaleras rápidamente con los pies descalzos.

-¿Qué sucedió? ¿Por qué llegaron tan pronto?-pregunta ella al pie de las escaleras. Justo en medio de la alfombra color vino.

-Tu hijo es un débil-contesta mi papá mientras de sus cuernos sale una llamarada-, lo atacó un alma en pena y pregúntale que hizo-mi mamá altera la mirada entre los dos, de él a mí y de mí a él-, ¡Pregúntale!

-Azael, ¿qué sucedió?

-Sucedió que mi papá comenzó a galopar en el claro de la colina hasta perderse de vista. Cruce el puente de piedra, y mientras lo buscaba entre los árboles un alma en pena tiró a Carrots y a mí bajo él-sus ojos son etéreos. No sé de qué lado estará esta vez teniendo en cuenta que le azoté la puerta antes de salir-. Quería quitármela de encima para deshacerme de ella con piroquinesis y en eso llegó mi papá y la fulminó, entonces...

-¡No, ni se te ocurra echarme la culpa!-me grita mientras camina de un lado a otro por el salón-. No quieras hacerme responsable de tu miedo.

-Papá ya te dije que no era miedo. No la iba a quemar teniéndola sobre mí.

-¿Y por qué no?-otra llamarada, está vez de sus ojos-, ¿por qué no? No te quemas y lo sabes. Tu caballo...

-Se llama Carrots.

-... tampoco se quema. ¿Qué te detenía?

-Mi ropa-digo y me arrepiento un segundo después de hacerlo.

-¿Es en serio?-la voz de papá ahora es horrible porque es calmada. Su mirada muerta puesta sobre mis hombros.

-¡Si pusieras a los pecadores a hacerme ropa decente no tendría que hacerla yo mismo!-arguyo en mi defensa, pero tengo la ligera sospecha de que es una patada de ahogado-. Tardé una semana en terminar esta camisa.

-Y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche los pecadores que sufren en el pozo de los abismos pues en él se queman perpetuamente-comienza a declamar mi papá con la mano enfatizando cada palabra. Giro los ojos-. Eso es el infierno, no un puto club de costura. ¿Me entiendes?

-¡Deja de gritarme!-le contesto dando un paso adelante-, no puedes echarte sobre mí por el simple hecho de no querer verme como un campesino.

-¡Respeta a tu papá, Azael-arremete mi mamá. Adiós a los refuerzos. Estoy peleando solo contra dos frentes.

-Pues él, me trata como si fuera un... un idiota.

-Quererte hacer un hombre no es tratarte como idiota-enfatiza mi papá pellizcándose el puente de la nariz. Suspira-. ¿Sabes cómo te llaman en los círculos superiores?

-¡Lucifer, no!-susurra por lo bajo mi mamá y se pone el dedo sobre los labios.

-No, sí. Necesita saberlo para que vea en que ridículo nos está poniendo. Que sepa que lo que hago, lo hago por una justa razón-gira sus ojos hacia mí y se cruza de brazos-, ¿lo sabes?

El Diablo Entre Nosotros Donde viven las historias. Descúbrelo ahora