Wolves without teeth.

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Despierto a la mañana siguiente con la resaca literaria en el cuerpo. Los músculos temblorosos y la cabeza fuera de lugar. Son tantas emociones las que sentí que es el primer recuerdo que me asalta al abrir los ojos. Cuando me siento en el borde de la cama veo las sombras reflejadas en la pared y entonces recuerdo todo de golpe, como si alguien hubiera abierto la compuerta de una presa.

Siento la mano de Virgilio aun en la mía y la sensación de su cercanía me hace preguntarme si en realidad todo fue un sueño.

Bajo las escaleras con pasos rápidos y sin la pesadez que suele ser mi compañera hasta pasado el mediodía. Salto los últimos escalones y corro a la cocina tocando de nuevo la cabeza de rinoceronte en lo alto de la puerta.

-Buenos días-le digo a mi mamá que está partiendo un pollo con un enorme cuchillo de carnicero.

-Buenos días, hijo-responde ella volteándome a ver-, ¿Qué haces despierto tan temprano?

-¿Es temprano?-le pregunto y me asomo por una ventana para ver el cielo. Es aun de un azul profundo-. Vaya, pensé que era más tarde. No tengo ni un poco de sueño.

-Bueno, pues ya que estás aquí ayúdame cortando esas hierbas, por favor-me acerca un cuchillo más delgado que el suyo y comienzo a cortar las hojitas.

-¿Cómo amaneciste? ¿Terminaste de poner la reja del huerto?-le pregunto mientras jalo una silla de hierro para sentarme.

-Bien y no, porque tú papá ya no fue a los círculos superiores-me mira con una cara reprobatoria y después la baja de nuevo a la mesa-. No deberías ser tan grosero con él.

-¡No soy grosero! Él siempre está midiéndome en todo lo que hago.

-Sí lo eres, le gritas muy feo-su voz es suave y en ella no encuentro ganas de pelear conmigo como sucede a veces-. Simplemente no le des importancia a las cosas que hace. Así es él.

-Es que no es justo que se enoje conmigo por ser como soy. ¿Para qué me deja solo si ya me conoce?-termino de cortar una ramita y sigo con la siguiente.

-¿Y cómo eres?-me asalta mi madre. Por suerte sus ojos están en la mesa, mirando como sus manos hacen cenizas las plumas del pollo.

-Pues así, ¿Dónde pongo las hierbas estas?-desvió la conversación a otra cosa.

-Ponlas en ese cuenco, por favor. Son para una salsa que va con las ensaladas. Es para ti. A ver qué te parece.

-Gracias, má-le digo y le sonrío, ella me devuelve el gesto. Pregunto-: ¿te dijo algo más papá después de que me fui?

-Sólo que no sabe porque siempre estás a la defensiva. Y tiene razón. Últimamente tienes el carácter de un demonio-me mira y agrega con una risita-, de los feos.

-Lo sé. No sé por qué. Hay veces que me enojo sin saber bien por qué.

-Pues deberías cambiar eso. A ninguna diablesa le gusta que le griten y la dejen hablando sola en las escaleras.

Me invade una culpa desagradable que se acumula en mi garganta.

-Perdón por eso. Estaba en shock por lo del alma en pena y los gritos de mi papá no mejoraron la situación.

-Sé que estás en la adolescencia, pero hay límites, hijo. Entiendo que estés molesto cien, doscientos años, pero ya llevas así desde Las Cruzadas.

-Prometo controlar mi genio-¿Cuántas veces habré dicho eso sin cumplirlo-. Ya me voy a portar bien.

-Ajá-dice mi mamá sin importancia. Yo termino con otra ramita de Amaranth y la pongo en el cuenco. No hablamos por varios minutos. Lo único que rompe el silencio es el tronido de la leña y el constante choque del filo del cuchillo contra la madera plana.

El Diablo Entre Nosotros Donde viven las historias. Descúbrelo ahora