Danse Macabre.

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Az y Micah caminaban por la calle. Az cargaba la pesada mochila que llevaba la ropa de Micah dentro. Estaban muy juntos el uno del otro, tanto, que sus rodillas rozaban a cada paso que daban.

Doblaron la esquina y tuvieron que bajarse de la banqueta, pues una cinta amarilla puesta por la Policía Federal tapaba el paso. Un par de patrullas estaban estacionadas, pero no había movimiento en ningún lado. Al final una patrulla y un crimen se vuelven algo cotidiano con lo que uno se enseña a vivir.

Llegaron a la plaza y Az le preguntó a Micah si tenía hambre.

-No, no mucha. Además no tengo dinero para comprar nada.

-No te pregunté si tenías dinero, te pregunté si tenías hambre.

-No mucha –su estómago lo traicionó y emitió un gruñido. Micah cerró los ojos y agregó-: bueno, quizás un poco, pero estoy bien. Puedo aguantarme.

-Odio que te pongas así, niño –Az le revolvió el cabello y sonrió-. ¿Tienes antojo de algo en particular?

-Lo que sea. Un emparedado de Subway o algo que no esté muy caro.

-Vuelves a decir algo relacionado con el dinero y te dejó aquí afuera. ¿Qué quieres?

-Mira, ahí hay un puesto de tacos. ¿Los has probado?

-No. ¿Son ricos?

-Deliciosos. Nunca te hartas de ellos. Además el local tiene mucha gente, deben estar buenos. Vamos.

Caminaron al pequeño puesto donde tres hombres corrían de un lado a otro con una coordinación ganada a través de los años. Unos cortaban la carne, otro despachaba los tacos al pastor y el tercero cobraba y daba el cambio. Cada pocos segundos se escuchaba "¿Cuántos van a ser, joven?" y "Servido, joven, provecho" y "De este lado le cobran, joven".

Y a pesar de ser un pequeño local en una esquina, la gente disfrutaba sus tacos sin importar no tener donde sentarse. Era un pequeño foco donde convergía todo tipo de gente: oficinistas, estudiantes, familias, uno que otro pudiente que se escondía tras el trompo de carne para evitar que lo vieran sus amistades. Todos junto a un mítico símbolo cuya fama contrastaba con su sencillez.

-¿De qué quieres, Az? –preguntó Micah mientras se acercaba al local.

-Pues no sé, ¿de qué hay?

-Mira, ahí dice que hay de... pastor, chorizo, suadero, carne enchilada, campechano... a mi me gustan los de pastor. Además no se tardan nada en hacerlos.

-¿Pican?

-Pues no, no mucho.

-Así dijiste con los chilaquiles.

-Bueno, no pican si no les pones salsa.

-Está bien, quiero un taco de pastor.

-No puedes pedir sólo un taco. Es... grosero –rió Micah-, te pediré cinco.

-¡Son demasiados!

-Vamos a ver, vamos a ver. ¿Los pido para llevar y los comemos en tu casa?

-Sí, estaría bien. Así vemos una película o algo.

-Perfecto. Yo también pediré cinco.

El hombre de bigote y sonrisa al otro lado le cobró dos órdenes de pastor y le dijo que del otro lado se los despachaban. Cuando Micah los tuvo en su mano, le dijo a Az que se pusieran en marcha. Él tomo la mochila del suelo y echó a andar junto a Micah.

El Diablo Entre Nosotros Donde viven las historias. Descúbrelo ahora