Az camina por el bordillo de la calle dejando atrás a los chicos de la fiesta que continúan ensimismados en sus mundillos que no pasan del jardín. Mira antes de cruzar -poco a poco va adoptando esa costumbre- y cruza la calle. Se aleja lo suficiente para poder levantar una valla metálica y salir por donde entró. Cruza varios terrenos baldíos, procura evitar las botellas de cerveza tiradas y la basura que encuentra en ellos. Llega hasta la carretera y enfila de regreso a su casa. Camina por el bordillo con paso firme. El tacón de sus zapatos es lo único que escucha en el silencio nocturno.
No hay grillos. No hay camiones. Sólo sus zapatos.
Pasan varios kilómetros de silencio absoluto cuando por fin se empieza a escuchar un ruido diferente. Comienza como un zumbido y va creciendo hasta convertirse en un aullido. Az ve las luces rojas reflejadas en el pavimento y se hace a un lado. Una ambulancia pasa rugiendo a toda velocidad en dirección contraria seguida de una estela de aire que despeina a Az. Él se acomoda el cabello, cierra los ojos y suspira. Después echa a andar de nuevo.
"¿Por qué no me siento mal? No me siento diferente, ni culpable, ni arrepentido. Me siento solamente. Siento las puntas de mis dedos rozar mis pantalones. Siento mis ojos vibrar cuando sopla el viento. Siento mi corazón palpitar y casi puedo verlo frente a mi, rojo y viscoso, encogiéndose para expandirse como la piel de un tambor. Tengo un corazón, ¿por qué actúo como si no lo tuviera? Me gusta pensar que no tengo uno a veces. Es decir, es más fácil actuar si no tomas en cuenta al corazón, ni a la mente, ni a nada. Simplemente por instinto; ser puros por un instante, ser nosotros mismos antes de escondernos dentro de nuevo."
La sirena de la ambulancia se adentra en la carretera, moviéndose con ella por las curvas y subiendo las colinas hasta desaparecer.
"Aunque en realidad siento algo. Algo más que solo mi cuerpo ser. Es como un cosquilleo dentro de mi que rasca mi pecho. Un hormigueo extraño, agradable. Me hace querer estirar la piel de mi cara y sonreír. No debe ser satisfacción. No quiero que sea satisfacción. No soy una persona mala, no lo soy. Aunque se sintió muy bien ver como la cara de Jerry se transformaba de esa sonrisita petulante a un rictus de horror. ¡Diablos! Fue increíble. No quiero sentirlo y no quiero que me agrade, pero no puedo evitarlo. Es como si alguien me estuviera haciendo cosquillas y no pudiera contenerme."
Az pasa la mano sobre unas espigas que crecen en un campo al lado de la carretera. Siente las hojas suaves bajos sus dedos y sonríe. Se siente en paz, alegre. Como si perteneciera a ese momento exacto y nada más.
"Quizás así es como debo ser en realidad. Te lo digo a ti porque eres yo y nadie más sabrá nunca esto, no es como que lo vayas a contar sin mi permiso. Pero quizás así es como deben ser las cosas. Quizás debo ser malo para ser feliz. ¿Está eso mal? Sí. Pero puedo ser malo con la gente que es mala. Eso sería algo bueno, ¿no? ¿o es sólo una excusa para justificar mis acciones? No lo sé. Sólo sé que me siento completo, etéreo. Soy ligero y quiero disfrutar esta sensación antes de bajar al mundo de nuevo."
La ambulancia baja la carretera de nuevo. Detrás de ella viene un coche. Seguramente un amigo de Jerry que lo acompaña al hospital. Az los mira pasar y cuando doblan una curva se despide de ellos con la mano. No lo hace con malicia, sino con una extraña inocencia rara en él. A la luz de los poco focos prendidos alrededor de la carretera, su cara se ve mucho más pequeña y sonrosada. Es el mismo niño que leyera El Caballero Sin Armadura años atrás.
Por primera vez desde aquellas noches vírgenes llenas de rayos en el Infierno, Az baila. Se mete en el campo al lado de la carretera y baila. Da vueltas y roza las espigas verdes y sonríe. Se siente tranquilo y feliz. Pertenece al momento y esa sensación de embriaguez lo hace flotar sin saber que es la sangre de su padre lo que produce ese efecto. Es la sangre negra en sus venas, la misma que corre por el cuerpo de quien matara a Virgilio y sintiera esa mismo efecto convirtiendo en piedra al enamorado de su hijo.
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El Diablo Entre Nosotros
FantasySus ojos negros, su cola puntiaguda y sus cuernos no ocultaban la belleza de esa cara bajo la cual se escondía una profunda tristeza.