A Heartbreak.

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Az estaba en un hotel en la playa, o más bien, sobre él a treinta y dos pisos del suelo. El sol aun no salía y el descansaba sus piernas sobre la cornisa, balanceándolos con sus manos detrás sosteniéndolo. Miraba el mar negro mecerse adentro y afuera mientras pensaba. No eran pensamientos agresivos ni duros, no eran espinas en su cabeza sino... olas, sí, eso eran.

Pensaba en Virgilio. Había quitado momentáneamente el candado mental que le había puesto hace años por primera vez. Recordaba su sensación fantasmagórica que producía en su piel. En las películas que veía en la tableta que le regaló. Recordaba como había entrado en su casa el día de su cumpleaños arriesgándolo todo.

"Virgilio, no sé que haré, pero si lo hiciera, ¿te estaría traicionando?"

El cielo al borde del mundo comienza a clarear. Lanza pequeñas bolitas de fuego hacia el frente que se apagan como cerillas en el agua. Suspira y recuerda la noche en que Virgilio dejó de existir. No es un recuerdo violento tampoco, no está lleno de ruido y Az se pregunta por qué. No siente que pierde el aliento ni quiere tirarse a los treinta dos pisos contra el suelo. Simplemente recuerda. Siente melancolía pero es agradable sentirla. Le resta importancia al mundo, a las cosas, a las personas.

Algunas gaviotas comienzan a graznar en la mañana y Az decide que ya es hora de ponerse en marcha. Seguramente Micah tiene muchas preguntas y él piensa contestar algunas de ellas. Sólo algunas. Se levanta y se sacude el polvo, entra por la portezuela del suelo, coloca el candado roto en su lugar y camina por los pasillos alfombrados del hotel como si fuera un huésped más.

Es el primero en llegar a la escuela, como siempre. Cruza los pasillos rumbo a su salón y en la entrada de un salón se encuentra a Jerry recargado. Él levanta la mirada hacia Az, lo escruta y luego la regresa a su celular. Az pasa a su lado como si nada. Bueno, por le menos dejó de molestar. Entra al salón y sus compañeros comienzan a llenar las bancas poco después. Mauricio llega y saluda a Az,

-¿Cómo estás, extranjero?-le pregunta.

-La verdad es que me duele la cabeza-contesta Az y es cierto. Las hemorragias internas sanaron así como los cortes y los huesos rotos, pero los golpes en la cabeza siempre tardaban mas en sanar.

"Por surte Micah no le dijo nada a Mauricio-piensa Az-. Le debo respuestas a Micah, no a él."

-Debe ser el sol, siempre estás asoleándote como lagartija y nunca te bronceas. Quizás tu piel lo soporta pero tu cabeza no.

-Quizás sea algo así-una sombra entra por la puerta. "¡Micah! –piensa Az-." Pero no es Micah, es Juan Pablo que, por alguna extraña razón trae lentes de sol. Mira con desprecio a Mauricio y a Az antes de dirigirse a su lugar.

-Pinche estúpido-espeta Mauricio en un susurro. Tiene la cara descompuesta.

-¿Problemas?

-No hace nada del trabajo. ¡Nada! Ni siquiera tuvo la decencia de preguntarme que parte le correspondía. Yo tuve que buscarlo como niño chiquito y decirle que hacer y como y aun así esa bola de grasa no hace nada. Sólo va a mi casa, se sienta en mi silla y me ve trabajar.

-Oh, pues si está mal.

-Es un estúpido –sacude la cabeza y suspira-, ¿tú como vas con Micah?

-¿Cómo voy de qué? –pregunta Az a la defensiva. ¿Micah le dijo algo?

-Pues del trabajo. Iban avanzados ¿no?

-Ah –Az suspira también-, sí, ya lo terminamos.

-¿Qué creías que decía o que?

-No, nada.

El Diablo Entre Nosotros Donde viven las historias. Descúbrelo ahora