Cruelty.

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-¿Qué fue eso?

-¿Qué fue qué? –pregunta Micah rompiendo el beso.

-Eso... ese sonido.

-Oh... supongo que fueron fuegos artificiales, no sé –contesta confundiendo las explosiones de las ametralladoras con cohetes.

-No... es tú mamá subiendo las escaleras –Az tiene los ojos completamente abiertos, como los de una bestia herida bajo una red. Empuja a Micah con un poco más de fuerza de la que desea, enviándolo a contra la cama-. Me tengo que ir.

-Espera, no, Az, no es mi mamá.

-No puede vernos juntos, Micah, ella podría... podría... -los ojos de Az miran más allá de lo terrenal. Encuentra en los ojos de Micah el brillo de Virgilio y el sonido del motor de un coche en la calle en su cabeza suena como la risa de su padre-. No, no. Nos vemos, Micah.

Micah estira la mano sólo para sentir la tela de la camisa de Az irse entre sus dedos. No alcanza a detenerlo y lo último que alcanza a ver es a Az bajando las escaleras. Su madre está en su cuarto, logra escuchar el sonido apagado de la televisión que se filtra a través de la puerta. Una puerta se abre y se cierra casi al instante.

Micah suspira. Az tiene tantos secretos que le da miedo pensar en ellos. Un pensamiento prudente porque a veces, cuando buscas respuestas, levantas la tapa de una coladera.

**

Az camina a su casa a paso rápido, mirando constantemente hacia atrás, vigilando que la madre de Micah no lo esté siguiendo... que su padre no lo esté siguiendo. Su oscuridad se interrumpe a intervalos por las farolas de la calle que le bridan un poco de tranquila monotonía.

Abre la puerta de su departamento y entra. Se deshace de su saco, del chaleco, de la camisa. Se queda en boxers. Se pone unos pantalones negros ajustados rotos en la rodilla y sube al techo. El aire golpea su pecho desnudo. Se sienta en las tejas que crujen bajo su peso. Respira, pero no alcanza a relajarse por completo. El sonido de la puerta estallando es muy vívido. Puede ver la cara de su padre roja y en llamas frente a él con esos ojos grotescos.

"No dejes que te alcance."

**

Az se había vuelto verdaderamente malo en toda la extensión de la palabra. Cruel. Su cambio fue paulatino, pero constante. Los demonios comenzaban a acercarse más a él. Olían el perfume del enojo y la crueldad en su piel. Un aura morada que sabía a bilis.

Había desquitado toda esa furia con las almas de los humanos en el infierno. Más de una vez tenían que sujetarlo los nahuales para evitar que sus acciones fueran contraproducentes. Ese sentimiento de estar golpeando el cráneo de un humano contra el suelo hasta que este se parte y sólo queda una mezcla de hueso y piel era bien conocido por Az. Siempre destrozaba la cara. Otras veces hacía que los humanos abrieran la boca. Metía sus manos y jalaba. La explosión de los músculos en la mandíbula era horrible, un chasquido húmedo que siempre venía acompañado de un alarido ahogado que a Az le erizaba la piel. Cerraba los ojos y como quien escucha una sonata de piano, cerraba los ojos para dejarse llevar por el sonido de los ligamentos retorcerse y los dientes romper. La sonata era tan magnífica y tan épica que sofocaba la voz detrás de su cabeza que le decía que, sin importar lo que hubiera hecho el humano, disfrutar de la crueldad y el sufrimiento era malo.

-Pues soy malo –decía en voz baja mientras soltaba al humano que caía contra el suelo como si estuviera vacío y sólo fuera la piel lo que lo sostuviera-, soy malo –decía mientras se lamía la sangre de los dedos-, soy malo –decía mientras reía.

El Diablo Entre Nosotros Donde viven las historias. Descúbrelo ahora