Laika.

849 107 8
                                    

Una sombra camina bajo el especialmente abrasador sol de la tarde. Tiene los brazos rígidos a los lados, como si no pudiera moverlos. Su rostro está tenso como el de un felino crispado. Camina por la banqueta mientras mira a los lados, como si alguien lo acechara. Tuerce a la derecha en una calle y se para bajo la sombra de un árbol, se limpia el sudor de la frente y respira. Al parecer su pecho se ha empequeñecido porque se tiene que sujetar de la corteza del árbol para jalar el aire que se resiste a entrar en sus pulmones.

Consigue calmarse, inspira, levanta el pecho y se desplaza hasta bajo la ventana del segundo piso que refleja con intensidad los rayos del sol. La sombra mira a su alrededor, buscando alguna clase de objeto que lanzar para llamar la atención, pero no hay nada más que un ladrillo de color rojo.

Desecha la idea de inmediato.

En su mente comienza a flotar la idea de tocar el timbre, pero la idea de que aparezca Silvia y pregunte qué quiere le aterra. Siente el miedo en la boca del estómago. Sus manos comienzan a sudar.

"No hay manera, debes irte de aquí. Es tan fácil como dar la vuelta y echar a andar. Vamos, hazlo. No te pasará nada..."

La voz lo hace tentar.

Entonces recuerda su telequinesis. Mira a los lados para ver que nadie lo vea. La amplia calle y los jardines, que no dejan de emanar el olor del pasto recién cortado, están completamente vacíos salvo por una par de libélulas que se corretean entre las ondas del viento.

Mueve su muñeca un par de veces, simulado que toca el aire, pero el sonido se produce en el cristal.

Nada.

Vuelve a mirar y, de nuevo, sólo las libélulas enamoradas son las únicas testigos.

"Sal de aquí, no sabes en que te puedes meter. Te estás hundiendo más y más. Sólo cierra los ojos, respira y sal corriendo. Nadie te verá."

Toca de nuevo.

Se escucha que se corre un pestillo y la canaleta de la ventana se abre, dejando entrar la brisa que mueve las cortinas.

Micah mira hacia abajo y sonríe al ver a Az.

-Hola –dice este moviendo los dedos de su mano, pero sin separarla del cuerpo.

-Hola –contesta Micah sonriendo ante la bella imagen de un Az diferente al de todos los días-. Te sienta muy bien el color blanco y que uses mangas cortas es algo nuevo.

Az se sonroja y oculta la cara en su pecho.

-No... no digas nada. ¿Ok? Me dijeron que esto se veía bien, pero me arrepentí en el momento en que salí de la tienda. El sujeto que me atendió seguramente quería humillarme.

-¿Qué sujeto?

-El que me vendió esto.

-¿Le preguntaste que estaba de moda?

-...no.

-Aw, eres la cosa más bella del mundo –dice Micah sonrojándose también-. Dame un segundo, ya bajo.

La ventana se deslizó de nuevo por la canaleta y el sonido del pestillo echándose terminó por dejar en la quietud a las cortinas de nuevo.

Az se jala las mangas que siente demasiado arriba. El color es tan blanco que siente que le quema las pupilas cada vez que se mira.

"¿Por qué no escuché mi voz y me fui?"

"Por idiota."

Az escucha la puerta cerrarse y cuando ve a Micah doblar la esquina de la casa, el corazón se le agita como si fuera la primera vez que lo viese, como si fuera la primera vez que se pregunta por qué siente lo que siente.

El Diablo Entre Nosotros Donde viven las historias. Descúbrelo ahora