Mario daba su clase en otro de los salones de la Escuela Continental. Explicaba como y cuando se debía utilizar el presente perfecto. Subrayaba las terminaciones en el pizarrón y explicaba los ejercicios del libro. Era notable que lo que hacía, lo hacía con pasión. Procuraba que todos sus alumnos entendieran, o por lo menos sólo los que querían hacerlo. Su cara frente a la clase daba ligeros destellos. Como un faro. Sonreía y se sentía feliz, y esa felicidad era contagiosa. Ser maestro es de las mas nobles profesiones y si alguien la practicaba con orgullo, era Mario.
-Realicen la tabla de la página ciento treinta y dos.
El grupo asintió y el sonido de páginas cambiar sonó como un murmuro. Mario se sienta sobre el escritorio –una maña que siempre le reprochan en las juntas de profesores- y mira a sus alumnos. Unos cuantos de ellos se le acercan para preguntarle varia cosas. Él las explica y la escena se repite.
La puerta se abre y entra una secretaria. Saluda al grupo y, con señas, le pide al profesor que salga.
-¿Qué pasa, Lupita? –pregunta él ya afuera.
-Ricardo te quiere en la oficina –contesta ella evadiendo su mirada.
Se abre un silencio entre ambos. Mario suspira sabiendo de qué se trata.
-Voy en seguida, déjame... -las ganas de llorar se acumulan bajo sus ojos-, déjame terminar esta clase, ¿sí?
-Sí, no te preocupes.
Mario entra y finge una sonrisa que se ve demasiado real como para sospechar de ella. Termina de explicar unos temas y luego deja tarea.
-No se vayan a salir, esperen a su siguiente profesor adentro del salón –dice pensando que serán las últimas palabras que les dirá a los alumnos antes de despedirse.
Camina y el tacón de sus brillantes zapatos negros hace eco en los pasillos. Siente que va demasiado rápido. Si está es la última vez que mira los pasillos, quiere que por lo menos valga la pena.
Llega a la oficina del director. Toca antes de abrir sin esperar respuesta. Ricardo está hablando por teléfono y ni siquiera nota la presencia de Mario. Sacude la cabeza con el auricular pegado a la oreja.
-Sí... no sabe como lo sentimos... de verdad que es una pérdida terrible... sí, lo estamos investigando con los demás profesores. Le diré lo que sepa en cuanto... sí... ok. Entiendo. De nuevo no sabe como lo sentimos.
Ricardo cuelga y se echa en su gran silla giratoria. Se pasa la mano por la frente sudorosa y suspira. Levanta la mirada a Mario quien lo mira desde la puerta.
-Siéntate, Mario, por favor.
-Preferiría no hacerlo –contesta él, cortante-, ¿Qué sucede?
-Insisto –dice Ricardo con un tono sombrío-, es delicado lo que tengo que decirte.
-¿Lo que dices tú o lo que dice Marta?
-¿Cuál Marta? –pregunta Ricardo mirándolo con sus ojillos de topo.
-La maestra de física.
-¿Ella que tiene que ver? –sacude la cabeza y se levanta. Camina hacia la ventana y baja las persianas. Pronto la dirección se sume en una oscuridad caliente-. No, es Juan Pablo.
-¿Qué sucede con él? –Mario entra y decide sentarse esta vez-, ¿Se metió en problemas con su padre por lo que sucedió en clases?
-Sí, le pegó de nuevo.
-¿Por qué siempre nos quedamos callados, Ricardo? En lugar de estarlo perdonando y hacernos de la vista gorda con él, deberíamos denunciar al malnacido de su papá –Mario apunta la ventana con el dedo-. No es justo para nadie, y los chicos comienzan a darse cuenta de las preferencias de las que goza. En poco tiempo tendremos a sus padres aquí y todo se hará más grande.
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El Diablo Entre Nosotros
FantasíaSus ojos negros, su cola puntiaguda y sus cuernos no ocultaban la belleza de esa cara bajo la cual se escondía una profunda tristeza.