Micah baja al receso con una molestia insidiosa que le hace apretar la mandíbula muy fuerte. Si tuviera las agallas le diría al profesor que es un completo imbécil al ponerlo con Az, ¿no está viendo las cosas? ¿Qué le sucede, por Dios? Siente como se le tensan los músculos del cuello y, de un momento a otro, todo le parece despreciable. Es terriblemente molesto que las cosas malas tengan la capacidad de opacar a las cosas buenas y no al revés. Baja los escalones solo, ni siquiera espera a Mauricio quien debe estarla pasando como él o peor y esa es otra cosa que le molesta; ni siquiera puede sentirse tan molesto pues hay gente que la tiene peor.
"Pues al diablo con ellos. Yo soy yo y eso es lo único que m importa justo en este momento -piensa Micah saliendo al sol que le parece demasiado brillante. Comienza a pensar en todas las pláticas de los domingos en la iglesia y, poco a poco, siente como el remordimiento se lo va comiendo por dentro como si de termitas se tratasen-. Claro, pienso esto porque estoy enojado, no porque de verdad odie a las personas... obviamente no -su voz mental se hace más fuerte, como si así pudiera enterrar su bilis-. Si Dios quiere que trabaje con Az será por algo, aunque yo esté rotundamente en desacuerdo. Hablaré con Mario después del receso, pero si Dios quiere que las cosas sean de un modo, así serán -suspira y ahora el enojo se convierte en un sentimiento de inferioridad pues él mismo se ha arrebatado la capacidad de sentir enojo."
Camina a la cafetería aunque no tiene hambre. La gente pasa a su alrededor y, como si el destino quisiera burlarse de él, son los chicos del último grado de secundaria. Micah reprime más y más su sentimiento de enojo al bajar la mirada y quedarse como un pequeña cabaña de madera entre enormes rascacielos. Si bien su descanso ya terminó, aun quedan os rezagados que no quieren entrar a clase.
Micah se aparta de ellos, sintiendo miradas en su espalda, las cuales no están ahí, escuchando voces en sus oídos, las cuales tampoco cruzan el aire. Si bien Micah puede manejar el tema de su poca altura, ser más pequeño que chicos uno o dos años menores golpea su orgullo.
Siempre el maldito orgullo.
Micah sale de la cafetería al sol del mediodía, el cual resulta abrasador. Su inmensidad hace parecer que las cosas estarán bien. El cielo de un azul intenso y de una limpieza perfecta hace qué el día no sea un completo asco. Inhala el aire con olor a pasto recién cortado y, frente a los ojos de Micah aparece una pequeña mariposa blanca. Revolotea y sus alas captan toda su atención; el rápido aleteo, el ritmo, la agilidad impecable.
Micah sonríe, aleja un poco sus pesados pensamientos y mira a la mariposa. Se acomoda el abundante cabello negro hacia un lado y la mira subir hasta el follaje de un árbol. La mariposa se posa sobre una hoja que al parecer no le gusta y continua su aleteo. Baja de nuevo y se para en unos jazmines. Se posa sobre las hojas blancas y, como si recuperara el aliento, sube y baja lentamente sus alas, tomando el tiempo, apreciando la brisa, siendo la reina del aire.
Micah se sienta en una de las bancas de cemento esparcidas por el patio y el jardín de la Escuela Continental y admira a la mariposa e cyas alas se ha perdido el enojo.
Recobrado el aire, vuela de nuevo. Sube precipitadamente y se aleja de la misma manera. Micah inclina la cabeza y nota el mundo detrás de la mariposa. Hacia él se acerca un chico del último grado de secundaria. Sus ojos son cafés con un verde tóxico que los hace hermosos. Sus labios protegen una voz profunda y dulce. El cabello cae rebeldemente sobre su frente y se balancea con cada paso que da, de arriba a abajo, igual que el aleteo de la mariposa. Es alto a pesar de traer unas alpargatas casi sin suela. Los ojos tóxicos enfocan a Micah y, con una sonrisa, se acercan a él.
Micah, mientras tanto libera la presión acumulada en su cuerpo como una olla express raspando sus nudillos contra el cemento el cual se tiñe primero de blanco por la piel que se queda pegada, después de rosa por la epidermis y al final de rojo.
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El Diablo Entre Nosotros
FantasySus ojos negros, su cola puntiaguda y sus cuernos no ocultaban la belleza de esa cara bajo la cual se escondía una profunda tristeza.