Después de aquella noche, el color en el cielo no se opacó, la hierba no dejo de mecerse bajo la caricia del viento, los golems no dejaron de lanzarse piedras en las montañas y tampoco hubo alguna clase de ceremonia o desfile. No hubo palabras ni lágrimas de nadie que no fuera Az. Para él, el viento sí había dejado de soplar y su cabeza no dejaba de ser asediada por los ojos de Virgilio, que lo veían hechos piedra y suplicándole que lo ayudara.
Lloró toda la noche aun sin saberlo, estando inconsciente mientras su cuerpo se sacudía espasmódicamente y su garganta se cerraba. Era tétrico verlo. Emitía gruñidos y sollozos por igual que, a medida que la noche avanza, comenzaron a remitir pero nunca cesaron. Era como ver a un animal desahuciado en la orilla de la carretera que te mira con un ojo descarnado y la boca llena de espuma, que gime, que sólo ha un desesperación venenosa dentro de él.
Entonces amaneció y como si de una máquina aceitada y en perfecto estado se tratara, Az se despertó. Se sentó en suelo, pues ahí había dormido, y se puso la mano en la cabeza como tratando de desaparecer una migraña. Entrecerró los ojos como para saber qué era lo que sucedía y entender como diantres había llegado al suelo. Se levantó y lo primero que vio fue la roca y los granitos de piedra en lo que se había convertido Virgilio. Fue grotesco para él, pero sólo por unos segundos. Se llevó la mano a la boca para evitar gritar y, cuando lo hizo sucedió algo en él.
Su mirada negra estaba sin brillo, literalmente. Mirar sus ojos completamente negros era como mirar al cielo sin estrellas, sentir que adentras a la belleza de esa oscuridad y salir de inmediato por lo hipnótica que es. Ahora tenía un porte diferente que te hacía retroceder un paso al verlo.
Bajo la mano y vio la mitad rota de su cuerno descansar en el suelo. La tomo con una mano y la observó como si fuera la cosa más corriente del mundo. No le volvería a crecer. Podía regenerar cualquier clase de daño, pero no el que le hiciera un ser tan poderoso como su padre. Ese lo seguiría como una cicatriz a dónde quiera que fuera.
Rodeo la cama sin dejar de ver el cuerno mutilado hasta llegar a la polvareda de piedras y guijarros. Tiró su asta en medio de ella y salió de su habitación sin mirar a atrás. Cruzó los pasillos aun dormidos hasta encontrar a un pecador. Este limpiaba una araña de cristal con un paño. Era femenina y la paz con que hacía las cosas le provocó repulsión a Az.
-Limpia mi cuarto-dijo en una voz grave, más grave de la que tenía un día antes. Rasposa y llena de baches.
La pecadora no lo escucho. Ni siquiera supo de su presencia y continúo limpiando los brazos de la araña y raspando los restos de cera de las velas. Comenzaba con otro brazo, pasó el paño suavemente sobre el bronce con cuidado de no moverlo más que lo suficiente cuando descendió de golpe los siete metros que la separaban del suelo.
El aire bajo ella se quitó de su camino con un Pluf y su cuerpo cayó desagradablemente. La escalera cayó también y se cerró con un chasquido que recorrió lo largo y ancho de los pasillos con un eco.
La pecadora quedó aturdida por unos segundos, sintiendo como un doloroso hormigueo le recorría la espalda y las piernas como si fuera acido de pilas lo que transportaran sus venas. Si bien no podía morir en el infierno, si podía sentir mucho dolor. Era como estar en un sueño, o más específicamente, una pesadilla omitiendo la parte de despertar.
-Limpia mi cuarto-repitió Az sin moverse. Con telequinesis había empujado la escalera y eso le lleno con algo... rico. No se dio cuenta de ello al momento, sino mucho después. Mucho, mucho tiempo después.
ESTÁS LEYENDO
El Diablo Entre Nosotros
FantasySus ojos negros, su cola puntiaguda y sus cuernos no ocultaban la belleza de esa cara bajo la cual se escondía una profunda tristeza.