-Eso fue horrible –concluye Az recargándose contra la puerta cerrada del cuarto de Micah.
-No fue tan malo. De hecho creo que hasta fue bueno. ¡Te aceptó! Por decirlo de alguna forma. Si no, no te hubiera dejado quedar.
-No sé. Yo siento que fue un desastre –Az cierra los ojos y suspira. Siente la mano de Micah en su pecho, presionando suavemente. Sus dedos se sienten cálidos a través de la tela de la camisa. Entreabre los ojos un poco y ve como Micah se acerca a él. Su cara con los ojos cerrados y el mechón de cabello cayendo sobre la frente no demuestran el tsunami de sentimientos en su cabeza. Miedo, cariño, curiosidad, valentía, incertidumbre. Todo ocupando su cabeza, golpeando de un lado a otro como una máquina de pinball.
Sin importarle las palpitaciones en su cabeza, sin importarle la voz que le decía "Detente", sin importarle el mundo, rompió la distancia que parecía peligrosa y plantó sus labios sobre los de Az.
Az se contrae sobre sí mismo y suspira un par de veces, apartando los labios. Mira a Micah hacia abajo, ¿cómo un humano tan pequeño, tan ínfimo e invisible podría causarle tantos problemas?
Az pasa la mano por el cabello de Micah quien lo mira expectante, sin saber si ha hecho bien en besarlo o todo se ha ido al garrete. Los largos y fríos dedos de Az recorren su nuca y lo jalan hacia sí.
Micah cae sobre el cuerpo de Az quien lo sujeta en un abrazo.
"Es diferente, todo es completamente diferente. No son sólo labios, no es sólo piel. Es algo mayor, metafísico. Es cómo si mi alma quisiera escapar de esta prisión de hueso y piel y fundirse con la de Micah... ¿Por qué siento esto?" Y en ese preciso momento Az se preguntó si tenía alma. Tuvo un terror paralizante de no saber que responder. No podría vivir sin Micah y la vida humana era tan corta... una luciérnaga que brilla antes de apagarse para siempre en la infinidad de un bosque que la hace parecer insignificante. No, no podría vivir sin Micah. Necesitaba el consuelo de la eternidad. Saber que, de alguna u otra forma, estarían juntos.
Su mente avanzaba a una velocidad de vértigo, pasando de un pensamiento a otro como un soldado que ubica objetivos con la mira de su arma en fuego cruzado.
¿Qué haría cuando Micah envejeciera y el permaneciera igual? Vería su piel agrietarse, sus huesos romper, su cara apagarse para que al final cerrara los ojos para siempre. Sería como el cardenal que mató en sus manos. Micah sería el cardenal y por más que Az no quisiera apretar, su cuerpo se encogería y no quedarían más que plumas con olor a culpa.
Era insoportable la cantidad de pensamientos que lo avallaban. Tanto que nublaban el sabor del beso. La ternura de las manos de Micah sobre su cuello era opaca, no la sentía. Estaba ahí, pero al mismo tiempo estaba acorralado en sus propia cabeza. Sin resolver nada y dejando que el tiempo pasara.
"Aquí estoy, contigo y no podría pedir nada más –pensaba Micah empezando otro beso tierno-, no podría desear nada más después de esto, sería egoísta. Aquí estás y el simple hecho de que decidas estar conmigo en lugar de cualquier otra persona me hace feliz. Quizás no seas lo que aparentas, quizás eres algo más allá de lo que comprendo, pero no importa. ¡No me importa nada! Eres lo que busqué toda mi vida y me encontraste. Aquí estás y quiero que siempre sea así. Envejezcamos juntos, creemos memorias, momentos juntos para vivir cuando no podamos correr, cuando el sol se apague tras nuestros párpados. Eres paz, mi interior se calma cuando puedo verte, me siento etéreo y liviano. Como la pluma de un cardenal al caer. Aquí estás, la sonata de mi vida. Nunca dejes de tocar."
**
Afuera, en la brisa de la noche las estrellas eran la única luz. Un soldado del convoy las miraba, perdiéndose en ellas, huyendo de la realidad que tenía que afrontar. Sonreía a través de la pintura de guerra en su cara, la cual no ocultaba su corta edad. No era más grande que Micah y sin embargo ahí estaba, durmiendo bajo el camión militar como si este fuera su techo con el fusil a un lado en un lugar de un libro o un peluche. Tenía las manos cruzadas tras la nuca. A sus lados dormía el resto del convoy que hace unas hora viera Az pasar.
La seguridad de la soledad le hizo levantar la mano y tocar las estrellas. Se sentía suaves y calientes bajo su tacto, igual que una frazada tibia en una mañana de diciembre. Jugó con las estrellas, moviéndolas de lugar y haciendo constelaciones que sólo él podía ver.
Creó un conejo, pues ese era su animal favorito. Le hizo orejas largas y una cola llena de luz. Le dio un golpecito en las patas para que echara a brincar por todo el cielo.
El soldado sonrió, ignorando los sonidos de los ronquidos de sus compañeros, ignorando el olor a humo de la fogata frente a él, ignorando todo aquello de lo que carecía.
Fue entonces cuando una de las estrellas cayó a gran velocidad, zumbado a su lado. Se sobresaltó, pero no se incorporó. Pensó en pedir un deseo, pero en ese momento otra estrella cayó, impactándose en la llanta delantera del camión. Pronto, el convoy se vio en una lluvia de estrellas.
-¡Están en la loma! ¡Están ahí, bajo los árboles! –gritó su general mientras cortaba cartucho-, ¡Póngase detrás de la máquina!
El soldado tardó unos segundos en obedecer. Corrió detrás del camión. Alguien había encendido los faros, alumbrando el llano frente a ellos. Sombras de movían de un lado a otro mientras la lluvia de estrellas continuaba.
-¡Pégale ahí, a esa zona donde están las piedras! –le ordenó el general.
El soldado asomó la cabeza sobre el cofre del camión. Un destelló chocó contra el faro derecho reventándolo y parcializando una oscuridad tenebrosa.
El soldado obedeció. Sintió los golpes de la culata del fusil contra su hombro. Golpes duros y húmedos que se encajaban en su piel. Las estrellas en el cielo se esparcían sin que él las viera, pues tenía la mirada fija en la mira al final de su fusil.
El general tomó un radio de una mochila.
-Recibimos fuego enemigo. Hay dos hombres heridos –dijo pues no podía decir muertos hasta que un médico llegara y lo confirmara-. No sabemos cuantos son, pero necesitamos apoyo aéreo. Tenemos visibilidad baja. Cambio.
-¿Cuál es su posición? –pregunto indiferente la voz al otro lado. Una voz metálica y sucia.
-Estamos en el kilómetro sesenta y seis de la carretera –miró al final de la calle para ver el nombre del cartel, pero faros de varias camionetas pick-ups lo cegaron. Eran camionetas grandes, con los faros manchados de sangre-. ¡Necesitamos apoyo aéreo ahora! Estamos a un costado de la carretera del halcón. ¡Nos están rodeando! –disparó su fusil, pero sus balas rebotaron contra el cristal de las camionetas que no dejaban de acerarse.
El soldado seguía obedeciendo órdenes. Lanzaba destellos de luz contra las rocas. Estaba concentrado, hacía las cosas como una máquina. La pintura de guerra se corrió a causa de su sudor, revelando un poco su edad. Sí, no era mayor a Micah.
De pronto vio que de las rocas y la loma dejaron de caer destellos. Dejó de disparar y esperó. No había sombras moviéndose de un lado a otro.
Se giró en busca del general para preguntarle que debía hacer ahora.
Sintió tibia la mejilla y después esa tibieza se extendió, cayendo por el pómulo. No había dolor, no había temor.
Sintió comezón en la nuca, por el agujero de salida de la bala, pero no podía levantar los brazos. Sentía debilidad como si necesitara comer.
Soltó el fusil que cayó en el polvo del suelo. Miró los faros de las camionetas mientras caía él también. Su cuerpo se inclinó hacia atrás y en el cielo vio a su conejo brincando sobre la oscuridad. Alejándose de la tierra, de los hombres. Del diablo entre los hombres.
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El Diablo Entre Nosotros
FantasySus ojos negros, su cola puntiaguda y sus cuernos no ocultaban la belleza de esa cara bajo la cual se escondía una profunda tristeza.