El sol golpeaba las ventanas de la casa como si quisiera colarse entre los barrotes de una vida humilde pero cálida. Seungmin se había despertado con los ojos secos y la garganta cerrada. No por haber llorado, sino por haber contenido todo lo que su pecho ya no soportaba.
Hyunjin no volvió a escribir.
Y él tampoco quiso saber.
—Min, ven a ayudarme con los pasteles, que llegó más gente de lo que pensé —gritó su madre desde la cocina, con las manos llenas de harina y la voz apurada.
Seungmin se puso el delantal sin pensarlo.
Era sábado, y el pequeño local familiar, pegado a la casa, siempre se llenaba más por la tarde.
Mientras amasaba junto a su madre, podía oír a su padre atendiendo la caja, contando billetes con dedos cansados, pero siempre con una sonrisa.
No eran ricos.
Pero nunca les faltó un techo, una sopa caliente ni un abrazo al volver.
Y eso, en ese momento, le parecía más valioso que cualquier perfume caro, cualquier hotel brillante, cualquier beso a escondidas.
Los días pasaron.
Seungmin se concentró en estudiar.
Ayudaba por las tardes.
Tomó más horas en el café donde trabajaba como mesero medio tiempo.
Silencioso.
Constante.
Viviendo por él.
Ya no se revisaba el teléfono cada cinco minutos.
Lo había puesto en modo silencioso.
Como si también quisiera acallar a su corazón.
Una noche, bajo el brillo opaco de las luces del café, entró una mujer sola. Llevaba un abrigo elegante, un perfume que flotaba en el aire y unos ojos que miraban todo con calma, como si nada la perturbara realmente.
Seungmin la atendió como a cualquier cliente.
—¿Qué va a tomar?
—Un latte con canela, por favor —respondió ella, amable.
La voz le resultó familiar.
Pero no supo de dónde.
Hasta que la mujer sonrió, agradeciendo el vaso caliente.
Esa sonrisa.
Perfecta, medida, delicada.
—Gracias. Ha sido un día largo —murmuró.
—Lo entiendo —dijo Seungmin, en automático.
Y cuando ella se alejó a sentarse, él volvió al mostrador con el corazón agitado.
No sabía quién era ella.
Pero su cuerpo sí lo sabía.
Y su intuición lo confirmó en un instante.
Hwang Yeji.
La esposa.
El destino tiene formas muy crueles de hacerte mirar a los ojos lo que más duele.
Esa noche, Seungmin regresó a casa con el cuerpo exhausto.
Se quitó la chaqueta, se sentó junto al pequeño brasero y vio a su madre remendando una camisa.
—¿Y esa cara, hijo?
—Nada... solo cansancio.
Ella lo miró de reojo.
—Tú no eres de los que se rinden. Pero cuando te callas tanto, terminas explotando por dentro. Si algún día te duele algo... no lo tapes, ¿sí?
Seungmin sonrió triste.
No dijo nada.
Porque, si lo decía...
Tal vez se derrumbaba.
𝙐𝙣 𝙖ñ𝙤 𝙖𝙩𝙧á𝙨.
Fue una noche de verano.
Él volvía tarde de su otro trabajo como ayudante en un evento privado.
Le habían pedido ayudar a organizar la cena de gala de una fundación.
Seungmin vestía camisa blanca y corbata prestada.
Había roto una copa y se había cortado un dedo.
Fue ahí cuando Hyunjin se acercó por primera vez.
—¿Estás bien?
Él solo asintió, nervioso. No sabía quién era ese hombre alto, con traje oscuro y mirada intensa.
—Tienes sangre en el cuello —le dijo Hyunjin, y con la misma mano que sostenía su copa de vino, le limpió con un pañuelo de tela.
No se dijeron nada más esa noche.
Pero días después, llegó al café donde Seungmin trabajaba.
Pidió lo mismo cada semana.
Se sentaba siempre cerca.
Y hablaban.
Primero poco.
Luego más.
Hasta que un día, sin aviso, Hyunjin le pidió verlo fuera del café.
Y de pronto, sin querer,
Seungmin empezó a vivir entre besos robados, promesas sin nombre y una pasión que lo quemaba vivo.
Pero ahora...
Ahora había distancia.
Había aire.
Había vida.
Había amor real, el de sus padres, el de sus vecinos, el suyo por él mismo.
Hyunjin ya no era todo su mundo.
Y aunque doliera, tal vez así debía ser.
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SUMMERTIME SADNESS
FanfictionSeungmin tenía el corazón joven, los sueños intactos y la inocencia aún latiendo fuerte. Hyunjin era fuego envuelto en seda, un alfa mayor, misterioso, prohibido... y casado. ⠀ Se conocieron por accidente. Se desearon sin permiso. Se amaron en la so...
