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El invierno se había despedido hacía días.

La casa olía a panes dulces recién horneados, a té caliente con miel, a hogar.
Hyunjin se había ganado un espacio en cada rincón, en cada gesto cotidiano.

—¿Podrías pelar esas papas, HyunSeo? —preguntó la madre de Seungmin, sonriendo.

Él asintió enseguida, con las mangas arremangadas y un delantal que decía "Soy chef por amor".
Ella reía cada vez que lo veía torpe con el cuchillo, pero lo encontraba entrañable.
El señor Kim también lo había acogido, pidiéndole ayuda con las bolsas del mercado, con arreglos pequeños en casa, con conversaciones que se sentían cada vez más familiares.
Y Jeongin...

Jeongin lo miraba.
Lo observaba más de la cuenta.

—Hyunseo, ¿puedes explicarme esta parte de bioquímica?

Hyunjin se sentó junto a él, apuntando conceptos con paciencia, trazando conexiones con ejemplos claros, fáciles de entender. Jeongin lo escuchaba, pero su atención estaba en otra cosa:
en cómo su hermano lo miraba desde la puerta,
en cómo los ojos de Hyunjin brillaban cada vez que Seungmin entraba a una habitación,
en cómo dormían cada vez más tiempo juntos,
en cómo su hermano parecía sonreír más últimamente... pero también callar más.

Algo no cuadraba.
Algo... le dolía.

Esa noche, el aire cambió.
Los cuerpos se tensaron.
Los olores comenzaron a flotar sin aviso.

Ambos estaban entrando en celo.

Seungmin lo sintió primero: esa ansiedad, el calor en el pecho, la necesidad de algo que no sabía explicar.
Hyunjin lo supo enseguida.
Y no huyó.
No se apartó.
No se resistió.

—¿Seguro? —preguntó Seungmin, con la voz quebrada, sabiendo que, si cruzaban esa línea, no habría vuelta atrás.

Hyunjin no respondió.
Solo lo besó.
Despacio.
Profundo.
Como si estuviera respirando después de años bajo el agua.

Y se amaron.

Se amaron como dos destinos que al fin se alineaban.
Como dos almas que ya no podían luchar contra lo inevitable.

El calor los consumía, pero no ardía.
Era una llama cálida, que envolvía, que protegía.
Las marcas olvidadas desaparecieron en la sombra de esa madrugada.
El deseo no era urgencia: era ternura, necesidad, consuelo.

No hubo palabras. Solo suspiros. Solo miradas que decían "aquí estoy", "aquí me quedo".

Después, con los cuerpos entrelazados y el sudor tibio sobre la piel, Hyunjin jadeó contra el cuello de Seungmin:

—No me dejes nunca más.

Y Seungmin, que siempre decía que no le creía, esta vez no respondió.
Solo lo abrazó más fuerte.

Por la mañana, Jeongin bajó antes que todos.
Se topó con la ropa de Hyunjin sobre una silla, las zapatillas fuera de lugar, y el aroma dulce que aún flotaba en el aire.

Frunció el ceño.
Subió las escaleras.
Se detuvo frente a la puerta de su hermano.

Estaba cerrada.
Pero dentro... se escuchaba una respiración compartida.
Un silencio lleno de algo más.

Jeongin lo supo.
No tenía pruebas.
Pero lo supo.


SUMMERTIME SADNESSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora