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El timbre de la casa resonó como un eco lejano.

Hyunjin no sabía exactamente cómo había llegado ahí.
Ni cuánto tiempo estuvo parado en la puerta.
Ni por qué su corazón dolía como si estuviera a punto de quebrarse.

La puerta se abrió con un chirrido suave.

—¡Hyunjin! —exclamó su madre con un brillo nuevo en los ojos, distinta a la última vez que la vio—. ¡Felicidades, hijo!

Él no entendió.
¿Felicidades... por qué?

—Estás radiante —continuó ella, abrazándolo—. Te hacía desaparecido, pero cuando recibimos la noticia... ¡Qué alegría! Tu padre fue a comprar flores. Toda la familia vendrá a cenar esta noche. ¡Vamos a celebrar!

"¿Celebrar qué?", quiso preguntar.

Pero entonces la vio.

Yeji.
Sentada en el sofá, con las manos entrelazadas sobre el regazo.
Con esa mirada serena, resignada... culpable.

Y lo supo.
Sin que nadie dijera una palabra más.

Su madre soltó su mano y fue hacia ella.

—¡El bebé está perfecto! Ya casi tres meses —dijo con emoción, tomando las manos de Yeji entre las suyas—. Es la mejor noticia que podías darnos.

Tres meses.

Hyunjin sintió cómo su pecho se hundía en un hueco negro.

Tres meses.

Era antes de que escapara a casa de Seungmin.
Antes del café compartido.
Antes de que lo abrazara en mitad del frío invierno y creyera, por fin, que todo podía recomenzar.

Tres meses.
Y todo se acababa.

Yeji lo miró.
No dijo nada.
Solo sostuvo su mirada, esperando... algo.

Pero Hyunjin no dijo una palabra.
No felicitó.
No gritó.
No negó.
No rompió nada.

Simplemente subió las escaleras.

El estudio seguía como lo había dejado.
Caótico. Desordenado. Solo.

Cerró la puerta.
Se quitó el abrigo.
Se desplomó en la silla.
Y lloró.

No gritó.
No maldijo.
No golpeó la mesa.

Solo se hundió entre sus propias manos, mientras todo lo que había construido en su cabeza —la vida con Seungmin, los despertares suaves, las comidas caseras, la risa de Jeongin, las caricias tímidas en medio de la noche—
se deshacía como polvo entre los dedos.

Ya no tenía futuro.
Solo una cuna que no había pedido.
Un hijo que llegaba sin amor.
Una esposa que no amaba.
Y un omega al que no podía volver a tocar sin romperlo aún más.

Su madre pasó por el pasillo horas después, sin saber que adentro, su hijo se estaba muriendo en silencio.

SUMMERTIME SADNESSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora