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Hyunjin jamás pensó que se sentiría así.

Cómodo.
Ligero.
Queriendo pertenecer.

Despertar junto a Seungmin cada mañana —aunque fuera en una habitación pequeña, con paredes decoradas por pósters viejos y estantes llenos de libros universitarios— se había convertido en lo mejor de su día.

Y los señores Kim...

Los adoraba.

La señora Kim siempre lo recibía con una sonrisa, con un delantal diferente cada día y alguna comida nueva que quería que probara.
El señor Kim, al principio serio, había resultado ser más divertido de lo que imaginó: le contaba historias de cuando Seungmin era niño, le hablaba de mecánica con pasión, le preguntaba por su carrera, y no lo trataba con la frialdad que Hyunjin había recibido toda su vida.

Incluso Jeongin, con su sarcasmo natural, ya no lo miraba con recelo.
Una tarde lo retó a un videojuego y perdió miserablemente. Desde entonces, lo saludaba con un "ey, alfa rubio" cada vez que lo veía.

—Mira esto —le dijo la señora Kim una noche, sacando una caja de recuerdos—. Aquí está Seungmin de bebé, era tan chiquito... ¡No vas a creer esta foto!

Hyunjin la tomó con manos temblorosas.

Seungmin, envuelto en una manta azul, con el rostro fruncido por el llanto.
Y la siguiente... él, de unos cinco años, con un helado que se derretía sobre su camiseta y una sonrisa enorme, sin dientes frontales.

—Yo no sabía lo que era esto... —murmuró Hyunjin—. Esto de sentarse en una mesa y que alguien te sirva arroz caliente, sopa recién hecha... que te pregunten cómo dormiste o si te sientes bien...

La señora Kim lo miró con ternura, posando su mano en la suya.

—Pues deberías acostumbrarte. Eres bienvenido siempre que quieras, Hyunjin.

Y ahí, en ese momento, algo se rompió dentro de él.
Porque sí quería acostumbrarse.
Porque sí soñaba con quedarse.

Con esa vida.
Con Seungmin.
Con una rutina que lo envolviera en paz.

Una tarde, mientras Seungmin lavaba su ropa en la lavandería comunitaria y Jeongin estaba en clases, Hyunjin estaba en la sala ayudando al señor Kim con el cableado de un viejo televisor cuando sonó su celular.

Era un número que conocía de memoria.

Dudó en contestar.
Pero respondió.

—¿Hyunjin?

La voz. Esa voz.

—Yeji...

—No quiero pelear —dijo ella, tranquila, sin rastro de rabia—. Solo quiero que sepas que la familia preguntó por ti. Que tus padres están en la ciudad. Que han ido a la casa. No sé qué decirles, no puedo cubrirte más.

Hyunjin tragó saliva.

—No tienes que cubrirme.

—No quiero verte caer, Hyunjin —añadió ella, y por un segundo, sonó casi triste—. No mereces que te destruyan... tampoco él. Decide pronto.

La llamada se cortó.
El pasado había tocado la puerta.

Esa noche, Hyunjin no cenó.
Se encerró con Seungmin en su habitación, abrazándolo en silencio.
Le besó los dedos, el cuello, el cabello.

—¿Todo bien? —preguntó Seungmin, sintiendo algo raro en el aire.

Hyunjin no respondió.
Solo le acarició la mejilla y le susurró:

—Si esta fuera mi vida... no me iría jamás.

A la mañana siguiente, se fue.
Dejó una nota doblada en la almohada.

"Me quitaste el miedo, Seungmin. Me diste razones. Volveré, lo juro. Pero primero tengo que cerrar todo lo que fui. Porque quiero volver siendo solo tuyo."

SUMMERTIME SADNESSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora