01

224 28 0
                                        

Nunca había amado de verdad antes de Hyunjin.
Y nunca había sentido tanto miedo de hacerlo.

Aquella mañana, la luz del amanecer pintaba la habitación de un color dorado y suave, casi cruel en su belleza. El pecho de Hyunjin subía y bajaba de forma tranquila mientras dormía, el brazo aún extendido hacia donde Seungmin estaba acostado, como si incluso en sueños supiera que se le iba.

Seungmin lo miró en silencio, memorizando cada línea de su rostro, cada pestaña, cada sombra que la cortina trazaba sobre su piel desnuda. Era hermoso. No con esa belleza artificial de los cuerpos diseñados para gustar, sino con esa luz dolorosa que tienen las cosas que sabes que no son tuyas para siempre.

No sabía cuánto tiempo pasó observándolo. Tal vez minutos. Tal vez toda la eternidad comprimida en un amanecer.

Cuando por fin se levantó, lo hizo despacio. Reuniendo la ropa esparcida en el suelo, deteniéndose a olerla, a tocarla como si eso pudiera congelar el tiempo. Se puso la camisa blanca, aún húmeda por la brisa marina de la noche anterior. Le temblaban las manos. Le dolía el vientre. Le ardía el corazón.

"Bésame fuerte antes de irte", le había dicho.
Y Hyunjin lo había hecho.

Y ahora él se iba igual.

Cerró la puerta del departamento sin hacer ruido. Caminó por las calles vacías, solo acompañado por sus pasos y el recuerdo del Alfa que lo amó hasta doler.

Cuando llegó a casa, no saludó a nadie. Se metió directo a su cuarto y se encerró. Todo olía a él. A ese verano, a ese calor, a esa combustión lenta que se fue gestando entre encuentros furtivos, miradas largas, conversaciones bajo las estrellas y peleas por cosas que no sabían cómo nombrar.

Lo habían llamado amor, pero también lo habían llamado "esto no puede durar".

Y lo sabían.

Hyunjin era demasiado libre. Demasiado salvaje. Demasiado real.
Y Seungmin... Seungmin era una tormenta encapsulada en la piel de un Omega que nunca se permitió sentir demasiado, hasta que fue demasiado tarde.

Se dejó caer en la cama y presionó su rostro contra la almohada.

Quería gritar.

Pero no tenía fuerzas.

El vínculo no estaba completo, y aún así, algo dentro de él tiraba. Un hilo invisible, rojo, palpitante. Y supo —con esa certeza cruel que traen los grandes amores— que nunca iba a poder olvidarlo. Que ningún otro Alfa lo haría temblar así. Que ningún beso sabría igual. Que ningún cuerpo iba a encajar tan perfecto.

Y sin embargo, se estaba alejando.

Por miedo.

Por orgullo.

Por no saber cómo sostener el incendio sin quemarse vivo.

Días después, sentado frente al mar, Seungmin escribió su nombre en la arena.

Hyunjin.

Las olas lo borraron en segundos.

Como si el universo le dijera lo que él aún no podía aceptar.

Y aun así, esa noche, al acostarse, aún sentía sus labios en la nuca.
El eco de su voz.
Las palabras que nunca dijo:

"Quédate. No me dejes arder solo."

SUMMERTIME SADNESSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora