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Un adelanto del dolor que aún no ha terminado.

La primera nevada llegó más temprano ese año.

Hyunjin observó los copos caer tras la ventana del nuevo apartamento. Todo estaba ordenado. Pulcro. Silencioso.
Demasiado silencioso.

La ecografía seguía en sus manos.
Las esquinas arrugadas por la fuerza con la que la apretaba.
La fecha grabada con tinta negra.
El nombre de Seungmin impreso arriba.
Un pequeño en desarrollo, como saludándolo desde el vacío.

—¿Por qué no me lo dijiste? —murmuró para sí, como si su voz pudiera alcanzarlo allá donde estuviera.

El aire olía a soledad.

Habían pasado semanas.
Meses, tal vez.
Había intentado buscarlo. Llamar.
Pero la familia Kim desapareció como si la tierra los hubiese tragado.

Nadie sabía nada.

Nadie quería decir nada.

Al otro lado del país, Seungmin se acomodaba en el sofá de la nueva casa.
Su madre tejía en silencio.
Jeongin estudiaba en la mesa, siempre atento a cada movimiento de su hermano, como si un descuido pudiera romperlo.

El embarazo avanzaba.

Su cuerpo había cambiado.

Y su corazón también.

La tristeza no lo había abandonado, pero algo dentro de él se fortalecía.
Una semilla de resistencia.
Una nueva identidad: la de padre.

En una oficina con ventanales que daban a una ciudad brillante, una figura se sentó frente a una pantalla.
Yeji.

Su expresión era dura.
Las manos cruzadas.

—No me importa cuánto tiempo pase —dijo, su voz helada como el cristal de invierno—. Si vuelve con él... si lo busca... lo voy a destruir.

Y en un parque, bajo un árbol seco, Hyunjin cerró los ojos con fuerza.

Juró no rendirse.
No esta vez.

—Voy a encontrarte, Seungmin.
Aunque me lleve toda la vida.

SUMMERTIME SADNESSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora