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El pasillo del consultorio era blanco, casi frío, aunque en el interior había música suave y la recepcionista le sonrió con dulzura.

—Señor Kim Seungmin, ¿puede pasar?

Su madre apretó su mano, dándole ánimo.
Jeongin se quedó fuera, demasiado tenso como para entrar.

Seungmin se subió lentamente a la camilla.
La doctora, una mujer de voz cálida, comenzó a explicarle el procedimiento mientras encendía la pantalla y aplicaba el gel en su vientre.

—Vamos a ver cómo está tu bebé, ¿sí?

Él asintió, en silencio.

Y entonces... apareció.

Un puntito.
Un cuerpo minúsculo.
Y ese sonido.

Latidos.
Rápidos.
Vivos.
Increíblemente fuertes para algo tan pequeño.

Seungmin se llevó una mano a los labios.
Lloró sin poder evitarlo.

La doctora sonrió, emocionada también.

—Todo está bien. Tiene buen ritmo cardíaco... y ya se nota la forma del cuerpo. Estás de alrededor de... once semanas.

Él solo asintió, secándose las lágrimas.

—¿Quieres una copia de la ecografía?

—Sí... por favor.

Sostuvo la imagen en sus manos todo el camino a casa.
La miraba.
La acariciaba con la yema del dedo.

Iba a ser padre.

Y sin embargo, esa noche, mientras trataba de dormir, su celular vibró.
Un número desconocido.
Ya no necesitaba que le dijeran quién era.

Yeji.

"Tú y ese maldito engendro no llegarán lejos. No creas que vas a quedarte con lo que es mío. Él volverá conmigo. Y tú vas a desaparecer. ¿Entiendes? Porque si no... el próximo golpe será peor."

Seungmin dejó caer el celular al suelo.
Sintió el cuerpo helarse.
Se acurrucó.
Respiró con dificultad.
Y no pudo dormir.

A la mañana siguiente, Hyunjin llamó.
Su nombre brilló en la pantalla.
No fue capaz de responder.

Lo evitó todo el día.
No abrió los mensajes.
No miró las llamadas perdidas.

Sabía que Hyunjin quería verlo, contarle que la casa nueva estaba lista, hablarle de sus planes.
Pero Seungmin solo pensaba en ese corazón latiendo.
En su propio miedo.
En las palabras que no se atrevía a decirle.

—¿No vas a contarle? —preguntó Jeongin en voz baja, al verlo sentado en el sofá, abrazando la imagen de la ecografía.

Seungmin negó.

—¿Por miedo?

Asintió.
Tenía el rostro cansado.
Las ojeras le marcaban el alma.

—No quiero ponerlo en peligro. Ni al bebé... ni a él.

Jeongin suspiró, conteniéndose.
No dijo más.
Solo se sentó a su lado y le acarició el cabello, dejando que se acurrucara en su hombro.

El silencio era su único refugio.

Pero la verdad no podía quedarse enterrada para siempre.

SUMMERTIME SADNESSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora