32

47 8 0
                                        

Pasadas algunas semanas.
Era una mañana templada, tranquila.

El mercado local olía a frutas frescas, pan recién horneado y a vida cotidiana.
La señora Kim iba con su canasto de tela en el brazo, revisando precios, sonriendo a los conocidos, saludando a las vendedoras que la conocían de años.

—Ve a la carnicería y pídele medio kilo de pechuga deshuesada, Min —le pidió, con cariño—. Voy por las verduras.

Seungmin asintió.
Su paso era lento.
La pancita ya se notaba bajo la sudadera floja.
El rostro estaba más pálido que antes.
A veces se tocaba inconscientemente el vientre.
Y sonreía, muy bajito, para sí.

Pero ese momento de paz duró poco.

¿Qué clase de basura tiene el descaro de mostrarse así...?

La voz lo heló.

Se giró.
Allí estaba Yeji.

Vestía de negro.
Ojeras profundas.
Despeinada.
Demacrada.
Pero la ira en sus ojos era lo más violento de todo.

—Tú... —escupió, avanzando hacia él—. ¡Tú lo arruinaste todo! ¡Te metiste donde no te llamaban! ¡Eras solo una calentura más para él, y te lo creíste todo!

Seungmin retrocedió.
Trató de cubrir su vientre por instinto.

—Por tu culpa... por tu maldita culpa... ¡perdí mi vida!

Y entonces lo empujó.

Seungmin cayó contra el puesto de legumbres.
Una caja de tomates se desparramó.
Una señora gritó.

—¡Si vuelves a acercarte a él... juro por mi sangre que te mato! ¡Y a esa cosa que llevas dentro también!

—¡YA BASTA! —gritó una voz.

La señora Kim había corrido al ver el tumulto.
Y sin pensarlo, empujó a Yeji, poniéndose entre ella y su hijo.

—¡¿Qué clase de desquiciada eres?! ¡¿Golpear a un niño y a un bebé en camino?!

Más gente intervino.
Vendedores.
Compradores.
Una mujer tomó a Yeji del brazo.

—¡Lo vimos todo! ¡Aléjate antes que llamemos a la policía!

Yeji, respirando con furia, se soltó.
Soltó un último escupitajo al suelo y se fue, gritando insultos.

Seungmin, en el suelo, con la respiración entrecortada, se abrazó el vientre.

—Min... —su madre cayó de rodillas a su lado—. Ay, mi niño...

Entre lágrimas y silencios, lo abrazó fuerte.

Esa tarde, en casa, el silencio pesaba como plomo.

El señor Kim se sentó frente a su hijo.
La señora Kim le sostuvo una mano.
Jeongin miraba desde la esquina, tenso.

—Hijo... —empezó su padre con la voz baja—. ¿Cuánto tiempo llevas...?

—No mucho, tal vez algunas semanas, no lo se exactamente, tal vez los síntomas se presentaron muy tarde—susurró Seungmin—. No sabía cómo decirlo. Todo fue muy rápido...

Su madre acarició su cabello.
Sus dedos temblaban.

—¿Y es de...?

—Sí —asintió, cerrando los ojos—. De Hyunjin.

Nadie dijo nada por largos segundos.

—No importa cómo empezó —dijo entonces la señora Kim, con firmeza—. Ahora, lo importante eres tú. Y ese bebé.

Su padre asintió, tragando saliva.

—Vamos a llevarte al médico. Vamos a cuidarte. A protegerte. Ya no estarás solo, Min.

Seungmin rompió a llorar.

Por primera vez, desde hacía semanas, sintió algo distinto al miedo.
Sintió alivio.
Sintió hogar.

SUMMERTIME SADNESSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora