En aquella oscuridad me era imposible saber cuánto tiempo había pasado. Había decidido aovillarme en el camastro, con el colgante que me había regalado Habis fuertemente apretado en mi puño contra mi pecho y con la angustiosa sensación de no saber cuándo los guardias irrumpirían allí para conducirme hasta mi propia muerte.Estaba segura que no tendría siquiera un juicio o una oportunidad de defenderme, de intentar hacerles entender que yo no había asesinado a mi abuela.
Que no era posible.
De vez en cuando venían a mi celda a visitarme unos hombres cubiertos por una túnica negra a los que jamás les había visto el rostro; le pregunté al respecto a uno de los guardias, consiguiendo una simple respuesta: «Confesores.»
Ahora que había recuperado todos mis recuerdos, no necesité seguir preguntando más sobre el asunto. Los Confesores eran poderosos médiums, más incluso que el resto de atlantes que éramos capaces de manipular la mente y poseer cuerpos gracias a ella, cuya única función era descubrir si alguien decía la verdad o no; sabía que Xanthippe los había enviado allí para interrogarme sobre qué era lo que me había empujado a asesinar a sangre fría a mi propia abuela, pero aún no habíamos llegado a ese punto de mi historia.
Los Confesores se habían mostrado repentinamente interesados en mi vida en la superficie, en el Mundo Exterior, que era como todos los atlantes se referían a lo que existía fuera de la atrapada Atlántida, y me habían preguntado sobre ello. Mientras yo les había explicado cómo había sido mi vida en Portia, había notado cómo los tentáculos de la mente del Confesor se habían encargado de comprobar si estaba diciendo la verdad o no.
-El Confesor ya está aquí –me informó un nuevo guardia.
No había nadie vigilándome, sola en aquella oscuridad que había empezado a clavar sus garras en mí, pero cuando alguien venía a visitarme, normalmente los Confesores, eran los guardias quienes se encargaban de guiarlos hacia mi celda y después nos dejaban a solas hasta que el tiempo de visita se agotaba.
Seguí tumbada sobre mi camastro y escuché el chirrido de la puerta al arrastrarse sobre el suelo de piedra, además de los pasos del Confesor internándose en la celda; me aferré con más fuerza a mi colgante y cerré los ojos. ¿Qué tema tocaría en aquella ocasión? ¿Qué herida sería la elegida para que hurgaran en ella sin compasión?
-Alteza –me saludó con cierta rigidez el hombre.
Se me escapó una amarga risotada.
-No soy nadie –respondí a la defensiva-. Yo no soy nadie.
Me había convertido en una prisionera. Era una criminal por un delito que no había cometido. Xanthippe me lo había arrebatado todo y había conseguido que nuestro acuerdo, ese al que me había visto obligada a llegar con Habis, había quedado completamente anulado.
En un principio iba a sacrificarme para que mi tía pudiera mantener su supremacía como Emperatriz Absoluta a cambio de que ella no volviera a acercarse a mi familia y amigos, pero las cosas habían cambiado; iba a morir, pero nadie podía asegurarme que Xanthippe se olvidara por completo de ellos.
Se me encogió el corazón al pensar en Natalia y Matteo, que habían sido arrestados para ser «interrogados» por la propia Xanthippe; no los había visto desde que mi tía le había ordenado a Desdémona que se los llevara a su celda. Ni siquiera sabía si ambos seguían vivos.
-¿Cuándo podré ver a mis amigos? –aquella pregunta se había convertido en un ritual cada vez que venía algún Confesor a mi celda. Siempre hacía la misma pregunta y siempre recibía la misma respuesta:
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Crónicas de la Atlántida II: La conquista.
FantasyAmelia ha descubierto la verdad: su madre y su abuela tuvieron que huir de la Atlántida; su propio padre murió para que ellas tuvieran una oportunidad de vivir. Ella es la princesa perdida. Su abuela ha sido asesinada. Todas las pruebas apuntan a su...