{♛} Capítulo trece

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Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no vomitar. La frialdad y pasividad con la que Xanthippe había confesado su crimen, el secreto que se escondía tras la muerte de Melba, hicieron que una náusea me retorciera el estómago; estuve tentado a asesinarla allí mismo, pero me recordé que aquello no serviría de nada.

Tenía que ser paciente y esperar.

Había conseguido lo que necesitaba después de que Amelia me hubiera dado una pista de lo que realmente había sucedido aquella noche al confesarme que había sentido como una voz le había hablado, indicándole lo que debía hacer.

La mano de Xanthippe se coló por debajo de la camisa y tanteó por encima de mi vientre, aumentando aún más mis náuseas; le dediqué una resplandeciente y convincente sonrisa, frenándola en seco al sujetarla por la muñeca.

Aquella resistencia por mi parte le pareció tremendamente divertida, ya que volvió a inclinarse sobre mi cuello, pasándome su lengua por él.

-Arnor... -suspiró contra mi piel, erizándome el vello.

Todo mi cuerpo se quedó helado al escuchar a Xanthippe pronunciar el nombre de mi padre con esa vehemencia; a pesar de que Amaranth había convertido su matrimonio en un acuerdo en el que todos salíamos ganando, Xanthippe quería a mi padre. Su traición ayudó a que se volviera más inestable de lo que era, aunque también sirvió para que decidiera convertirme a mí en su proyecto personal.

Me obligó a abandonar lo que siempre había querido ser, sanador como mi padre, para aprender a utilizar mis propias habilidades junto a los mejores mercenarios y asesinos que pudo encontrar; abandoné los pesados manuales sobre plantas y remedios para aprender a abrir brechas que pudieran conducirme al Mundo Exterior, además de quedarme algún tiempo allí, aprendiendo a comportarme como uno más de aquellos humanos.

Bien, una vez conseguida aquella confesión podía dar por terminada la velada. Empujé con suavidad a Xanthippe para que se pusiera en pie y me diera algo de espacio; la mujer echó un cabeza hacia atrás para soltar una divertida carcajada y volvió a pegar su cuerpo contra el mío.

El corazón, incapaz de seguir bajo mis órdenes, empezó a latirme con más fuerza y desesperación. No me gustaba en absoluto cómo se estaban desarrollando las circunstancias y normalmente no perdía el control; había tenido buenos maestros que me habían enseñado a mantener la cabeza fría, pero la cercanía de Xanthippe estaba causando estragos en mi dominio... y no en el buen sentido.

Xanthippe notó mis dudas y flaquezas porque me sujetó con firmeza por el cuello de la camisa y sus ojos parecieron mucho más lúcidos por unos segundos.

-Eres mío, Habis –me recordó con dureza-. Sin mí no serías nada y habrías acabado en la calle después de lo que sucedió con tu padre.

Sus palabras fueron como si me hubiera abofeteado y la odié más aún. Xanthippe sabía que tenía el control sobre mi vida y mis decisiones desde el momento en que sentenció a muerte a mi padre por traición. Y, en estos últimos años, yo también había deseado mi propia muerte.

Apreté los dientes con fuerza, rindiéndome.

Amelia.

Sabía que no debía haber confiado en aquella señora mayor. Me terminé mi última cena y supe que alguien le había echado algo; traté de vomitar, pero aquella sustancia, que no sabía si era veneno, ya se había introducido en mi sistema y la cabeza me daba vueltas.

Un segundo después me desplomé sobre el suelo.

Sin embargo, supe que seguía viva y respirando porque alguien se encargó de aporrear con fuerza la puerta. Abrí los ojos de golpe y me incorporé sobre la cama; recordaba perfectamente que debía haberme desmayado en el suelo, por lo que no podía entender que estuviera en la cama con una manta cubriéndome. Decidí dejar ese misterio para otro momento, aunque no me quedaban muchos, porque la puerta de mi habitación-celda se abrió de golpe y por ella entraron dos guardias precediendo a Habis.

Crónicas de la Atlántida II: La conquista.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora