{♛} Capítulo doce

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«No puedo permitírmelo, Amelia. No puedo», me había dicho aquella noche en la azotea y yo me lo había creído. ¿Desde cuándo había estado en contacto con Xanthippe? ¿Habría sido idea de mi propia tía toda aquella escena de la azotea? Los dientes me crujieron al apretar la mandíbula, presa de una repentina ira que me recorría de los pies a la cabeza; todavía seguía inmovilizada en el suelo, con el cuerpo de Habis sobre el mío. Su rostro mostraba una macabra sonrisa que había conseguido que me echara a temblar ante las miles de posibilidades que podía ocultar tras ella.

Lo miré con todo el odio que pude reunir en aquel preciso instante.

-Al menos me harás un favor cuando todo esto acabe –le escupí-. Porque no volveré a ver tu pretenciosa cara nunca más.

Habis sacudió la cabeza, divertido.

-No me pongas las cosas más difíciles, Amelia.

Me quedé desconcertada momentáneamente por su extraña petición. Sin embargo, Habis no tardó en sacarme de su estupor: se puso en pie de un salto y me arrastró con él dándome un fuerte tirón en el brazo y arrancándome un grito de dolor, creyendo que me lo había dislocado.

Algunas puertas que rodeaban la antesala se abrieron de par en par, mostrando a los guardias escoltando a los rebeldes que habían logrado sobrevivir, entre los que se encontraban Arnor y Bato; el padre de Habis miró a su hijo con horror y una honda huella de decepción. No tuvo tiempo de dedicarle algunas palabras, ya que la puerta que conducía a la Sala del Trono se abrió ceremoniosamente, mostrando a Xanthippe rodeada de su séquito.

Su mirada no mostró sorpresa alguna de ver en aquella antesala a varios de sus guardias, incluyendo a su hijastro, reteniendo a un grupo de personas que, hasta hacía poco, habían intentado expulsarla de su trono para devolvérmelo a mí.

Sin embargo, sus ojillos relucieron cuando su mirada se posó en Habis y en mí. Se dirigió de manera lenta y elegante hacia donde nos encontrábamos y vi que le dirigía una sonrisa de orgullo; aunque no compartían lazos de sangre, Xanthippe se había encargado, cuando creyó que había ejecutado a Arnor, en convertirlo en una imagen de sí misma. En alguien sin escrúpulos.

-¿Te has divertido en tu excursión? –me preguntó y se rió levemente-. Espero que hayas disfrutado del aire libre, porque será la última vez que lo tomes.

Volví a apretar los dientes, controlándome a mí misma para tratar de no intentar abalanzarme sobre ella. Su séquito no me miraba directamente a los ojos y parecían acongojados ante la presencia de Xanthippe, y un poco ante la mía propia; todas aquellas personas vivían bajo el temor que les inspiraba mi tía y ninguno de ellos, a pesar de que la odiaran, intentaría ayudarme.

Xanthippe alzó un dedo y me acarició la mejilla, mostrándome después la sangre que había manchado su extremo. Además de dedicarme una cruel sonrisa.

-Aunque, en esta ocasión voy a ser benevolente contigo, querida.

-La Emperatriz es benevolente con todos nosotros –corearon su séquito sus palabras con auténtica devoción.

Me sentí profundamente asqueada de todos ellos y de la forma en la que habían recitado aquellas palabras, además de la sonrisa de pura satisfacción que tenía Xanthippe en la cara en esos precisos instantes; mi tía siempre había deseado encontrarse en el trono, con la corona en la cabeza, y dando órdenes. Desde niña siempre había escuchado a mi madre hablar de su hermana, diciendo que siempre le había gustado utilizar a la gente como si fueran simples marionetas.

Muchos nombres nos habían precedido, pero Habis se había convertido en una de sus marionetas una vez se hubo convertido en su hijastro; incluso yo misma había pasado a formar parte de su teatro de marionetas, aunque yo no lo hubiera sabido hasta que Habis me había confirmado que todo había sido un juego sucio por su parte.

Crónicas de la Atlántida II: La conquista.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora