{♛} Capítulo uno

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El guardia irrumpió en mi celda con una bandeja entre las manos; su compañero nos vigilaba desde el otro lado, como si yo me fuera a lanzar contra el hombre que llevaba la bandeja. Si me encontraba en aquel nivel de las mazmorras significaba que había cometido un delito grave.

Que era una criminal.

Estaba tirada en mi camastro, dándole vueltas a la idea de volver a Portia únicamente para ver cómo metían el cuerpo de mi abuela en un hoyo de tierra. No estaba preparada para ese momento, no estaba preparada para ver a mi familia sufriendo por mi culpa.

Observé con desgana cómo el guardia dejaba la bandeja en el suelo y le daba un puntapié para acercarlo hacia mi camastro, derramando parte del contenido por el suelo y arrancándole una sonrisa cruel al hombre.

Este tipo de comportamientos se habían repetido en algunas ocasiones desde que estaba allí encerrada, para ellos era una peligrosa criminal (aunque apostaría mi propio cuello a que ninguno de ellos tenía ni idea de quién era y cuál era mi delito) a la que Xanthippe quería tener controlada.

-Come -me ordenó el guardia-. Hoy tienes visita.

Recogí la bandeja del suelo con una mueca de desagrado y vi cómo el guardia se dirigía a la puerta de mi celda con cierta prisa; que me hubieran informado de que tenía una visita quería decir algo. Quizá eran de nuevo los Confesores, dispuestos a seguir hurgando en mi cabeza hasta dar con el recuerdo que buscaban.

Quizá tendría la suerte de que fuera el mismo Confesor que me había dicho que no estaba sola.

Estudié el contenido de la bandeja como si se tratara de un experimento bastante peligroso, buscando algo que poder comer sin riesgos; no terminaba de fiarme de las intenciones de Xanthippe, pero sospechaba que no se arriesgaría a envenenarme si me necesitaba todavía.

Al final opté por tirar bajo el camastro toda la bandeja y volví a tenderme sobre el duro colchón, esperando a que llegara mi visita. No podía dejar de pensar en Natalia y en Matteo, en lo que estarían sufriendo por mi culpa. Había exigido a todo aquel que se había acercado a la celda que me permitieran ver a mis dos compañeros, pero los guardias se habían limitado a ignorarme.

-¿Has decidido declararte en huelga de hambre? -inquirió una voz al otro lado de los barrotes.

La sensación en el vientre que se desataba cuando tenía a Habis cerca se había desvanecido; ya no podía contar con esa pequeña señal que me informaba cuándo lo tenía cerca, pero había aprendido a reconocerlo por pequeños detalles... por ejemplo, por la forma que tenía de arrastrar con arrogancia las palabras.

Rodé hasta quedarme con la cara en dirección con la pared, dispuesta a ignorarlo hasta que se aburriera y decidiera dejarme de nuevo atrapada en aquella oscuridad.

-¿También te han cortado la lengua para dársela de comer al Kraken? -se burló Habis, arrastrando la puerta con un chirrido que me hizo castañear los dientes.

Cerré los ojos y me aferré con fuerza al colgante que me había devuelto Habis. Al menos había tenido razón en una cosa: ese pequeño gesto por su parte me había servido para mantenerme en aquella oscuridad, tal y como me había aconsejado.

«Vete de aquí -supliqué interiormente-. Lárgate, déjame en paz». Quise encogerme hasta hacerme diminuta, deseando desaparecer. Su presencia me hacía daño, recordándome lo mucho que había perdido por su culpa y lo mucho que me molestaba tenerlo tan cerca sabiendo que lo único que despertaba en él era odio.

Los pasos de Habis resonaron contra las paredes de piedra mientras se movía por la celda, como si estuviera paseándose por ella.

Estaba tratando de sacarme de quicio, recordándome que el Habis que había conocido hacía tres años había sido un fraude, una actuación por su parte para llevarme hasta allí, hasta aquella celda nauseabunda, contando los días que quedaban hasta que Xanthippe decidiera que había llegado mi momento.

Crónicas de la Atlántida II: La conquista.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora