Seguí gritando mientras los hombres se burlaban de mí, tocándome sin mi permiso y divirtiéndose a mi costa; sabía lo que venía al final de todo aquel preludio, pero pensar en ello me provocaba que la bilis me subiera por la garganta y se me contrajera el estómago por una fuerte náusea.
Conseguí asestar una patada en el estómago a uno de los guardias en un momento que andaba despistado, lo que hizo que mi situación empeorara; los otros dos me cogieron por los brazos y me sacaron del camastro a la fuerza. Caí de rodillas en el suelo de piedra, golpeándome en las heridas que había conseguido hacerme en el cementerio, y apreté los dientes para no emitir sonido alguno.
La rabia empezaba a recorrer mis venas y recordé el rostro congelado de mi abuela, observándome como si no me reconociera. Como si no fuera yo.
Había sido en ese momento cuando había descubierto una parte de mí que no había mostrado, que siempre había mantenido encerrada; quizá podría volver a hacerlo.
En esta ocasión por mi propio bien.
Me concentré en buscar cualquier indicio de que aquellos hombres llevaban encima el mismo recipiente que había usado Habis; detecté una mínima cantidad de agua en los tres, lo que me arrancó una media sonrisa.
Había llegado el momento de abandonar los gritos y lamentos. Estaba sola en aquella nauseabunda celda, rodeada de aquellos tres hombres que pretendían hacerme daño y nadie podría detenernos; Habis no aparecería de la nada para quitármelos de encima, seguramente estaría en la habitación con Desdémona riéndose de mi desgracia.
No vendría a ayudarme.
Estaba sola.
Recluí el miedo en una esquina apartada de mi mente y me preparé para lo que iba a hacer; con un grito de rabia conseguí darle un nuevo golpe en la cadera, justo donde mi intuición me había indicado que había agua. Escuché el sonido del frasco al romperse contra el suelo de piedra y me rebatí para soltarme de los dos que quedaban.
-¿Será tan fogosa en todo momento? –se burló uno.
-No tardaremos mucho en comprobarlo.
Utilicé las piernas para golpearlos, tratando de acertarles en la cadera. Con la poca cantidad que llevaba el primer guardia, no sería capaz de hacer mucho.
Tras varios intentos infructuosos, al final logré mi propósito. El tirón en el estómago fue más profundo en esta ocasión, indicándome que la cantidad de agua era más que suficiente para lo que tenía en mente; lancé una rápida plegaria para que todo saliera bien y me concentré.
Moldeé el agua que estaba en el suelo de piedra, uniéndola hasta convertirla en una esfera uniforme que flotó unos centímetros del suelo; uno de los guardias que me retenía del brazo lanzó un grito de aviso y el guardia que estaba frente a mí me volvió a abofetear, cruzándome la cara con el dorso de la mano.
Ordené al agua que se convirtiera en un fino hilo y que rodeara el cuello del hombre, introduciéndose en las fosas nasales. Abrió la boca en un grito mudo, hecho que aproveché para introducirle parte del agua también por ahí.
Solamente tenía que aguantar un poco más, lo suficiente para que el agua hiciera su trabajo y el hombre muriera ahogado.
Observé con impasibilidad cómo el hombre se llevaba las manos al cuello, incrustándose las uñas en la piel y con los ojos desorbitados por el miedo. Escuché las exclamaciones de sorpresa de sus dos compañeros, que bajaron lo suficiente la guardia como para permitirme utilizar parte de la esfera de agua que me quedaba para poder introducirla en el cuerpo de aquellos dos hombres; mientras uno de ellos trataba desesperadamente por conseguir oxígeno, los otros parecían más reacios en darse por vencidos.
ESTÁS LEYENDO
Crónicas de la Atlántida II: La conquista.
FantasyAmelia ha descubierto la verdad: su madre y su abuela tuvieron que huir de la Atlántida; su propio padre murió para que ellas tuvieran una oportunidad de vivir. Ella es la princesa perdida. Su abuela ha sido asesinada. Todas las pruebas apuntan a su...