Cinco días después de mi excursión a los acantilados me encontraba en el dormitorio de Amelia, estudiando su cuerpo buscando cualquier señal de que algo había cambiado; llevábamos ya así una semana y mi autocontrol estaba sufriendo de una forma devastadora. Elsen había aprendido a quedarse el tiempo justo en el dormitorio siempre que estuviera yo.
Ninguno de los dos tolerábamos la presencia del otro durante mucho tiempo, así que nos limitábamos a ignorarnos y cuando notábamos la tensión en el ambiente, yo salía del dormitorio hasta que Elsen abandonaba la habitación para volver a sus nuevas responsabilidades. Las otras tres personas a las que toleraba cerca de Amelia eran sus tres doncellas; venían diariamente para asearla y comprobar si yo necesitaba algo. Al final terminarían cayéndome bien.
Mi padre vino a verme al caer la tarde, con el gesto contrito. Mis encuentros con él habían sido nulos desde aquel fatídico día; siempre ocupado con su nuevo cargo, mandaba a cualquiera que estuviera bajo su mando para hacerme llegar sus mensajes. El hecho de que hubiera decidido abandonar sus nuevos aposentos, desde donde manejaba la continuidad del reino, no debía significar nada bueno.
Sus ojos se desviaron hacia la cama donde reposaba Amelia, sus doncellas la habían cambiado de vestido en un par de ocasiones y habían quitado toda la sangre reseca, además de su uniforme destrozado. Al ver que no había cambio alguno, se centró de nuevo en mí, su objetivo desde el principio.
-¿Vienes a decirme cuándo voy a ser ejecutado? –mascullé, esquivando su mirada y centrándola en el cuerpo de Amelia. Había comenzado a obsesionarme con su respiración; en muchas ocasiones me quedaba observando cómo su pecho subía y bajaba acompasadamente, al ritmo de su respiración. ¿Qué sucedía si no era consciente de que algo iba mal? ¿Y si me daba cuenta demasiado tarde?
Mi padre se paseó por la habitación, siempre manteniendo la distancia entre nosotros. Nuestra relación seguía en ese punto estancada, no sabiendo si estaba rota definitivamente o si aún había alguna esperanza para nosotros.
Otra oportunidad.
-No vas a ser ejecutado, Habis –respondió.
Lo miré con curiosidad y recelo a partes iguales.
-Hemos llegado a un acuerdo respecto a ti –continuó, retorciéndose las manos-. Les he explicado todo. Mis consejeros saben toda la verdad sobre lo que sucedió ese día y cuáles eran tus verdaderas intenciones.
Apreté los dientes y me mantuve en silencio, a la espera de que mi padre siguiera hablando.
-Todos han coincidido en que tus actos han sido heroicos, Habis –aquello fue como si me hubiera golpeado en el pecho, encima del corazón-. Estabas tratando de salvar a la Emperatriz, dejando de lado los posibles motivos que te han movido, pero intentabas de salvar al futuro de la Atlántida. Has descubierto la amenaza y el complot que se estaba tramando aquí...
Esbocé una sonrisa sarcástica.
-No soy ningún héroe –repliqué-. Quería salvar a Amelia, nada más. No me importaba nada más.
Mi padre alzó ambas manos, concediéndomelo.
-Aun así –coincidió conmigo-. Lo que has hecho te ha convertido en un héroe a ojos de la Atlántida ahora que saben lo que realmente sucedió ese día; saben que mostraste compasión y que buscaste otra solución... Has salvado a la Emperatriz...
-No soy ningún héroe –repetí con la voz tensa-. Y Amelia está... está al borde del abismo...
«Como yo.»
Mi padre me observó con pena, como si estuviera compadeciéndose de mí por lo que acababa de decir. A pesar de que estaba diciendo la verdad, ¿qué clase de héroe era cuando mi corazón estaba tan lleno de oscuridad y mi mente de pecados que había cometido sin pestañear?
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Crónicas de la Atlántida II: La conquista.
FantasyAmelia ha descubierto la verdad: su madre y su abuela tuvieron que huir de la Atlántida; su propio padre murió para que ellas tuvieran una oportunidad de vivir. Ella es la princesa perdida. Su abuela ha sido asesinada. Todas las pruebas apuntan a su...