{♛} Capítulo treinta y cuatro

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Amelia.

Supe que algo grave estaba sucediendo cuando se me resbaló un pequeño frasco de vidrio, regalo de Vasilis en su continuo papel de futuro prometido atento a cualquier tipo de necesidad que pudiera surgirme, y se hizo añicos una vez cayó contra el suelo de mi dormitorio. Era una especie de presentimiento, como si se hubiera roto alguna parte de mí en mi interior.

Había sido de nuevo enclaustrada en mi dormitorio tras la exaltada discusión que había mantenido con Elsen en el lago y, cuando él me había confesado que tenía intenciones de encontrarse con Habis para informarle de los últimos acontecimientos, no había podido evitar pedirle que le entregara un mensaje de mi parte.

Mis doncellas se giraron hacia mí con alarma.

-Majestad, apártese de ahí inmediatamente –me ordenó Clímene, observando el estropicio que yo misma había creado.

-Tenga cuidado con los cristales, por favor –continuó Leda, tratando de suavizar lo que Clímene había dicho en primer lugar.

Las miré a ambas con desconcierto, pendiente de aquella extraña opresión que se había instalado en mi pecho; Amimone se apresuró a retirar los fragmentos de cristal mientras Leda se encargaba de limpiar el líquido que se había esparcido por el suelo. Clímene, por el contrario, no despegó la mirada de mi rostro.

-¿Se encuentra bien? –quiso saber, con un deje de auténtica preocupación.

Negué con la cabeza varias veces, consciente de aquella lacerante sensación y del sentimiento de pérdida que había traído consigo; no entendía de dónde procedía aquel horrible dolor, si era un síntoma de lo más evidente, la enfermedad que estaba terminando poco a poco conmigo. Elsen se había mostrado bastante alterado cuando me había advertido sobre el hecho de que uno de mis ojos estaba cambiando de color, pero yo lo relacioné directamente con la poca vida que aún me quedaba.

Era consciente de que mi fin estaba cada vez más cerca y que todavía no había tomado una decisión al respecto. Me negaba en rotundo a delegar todo mi poder en Vasilis, pero confiaba en que Habis cumpliera con lo prometido: deshacerse de él, liberarme de aquellas ataduras que había creado Vasilis para mí.

-Está pálida, Majestad –comentó Amimone, haciendo que mis otras dos doncellas me estudiaran con repentina atención.

Traté de que ninguna de ellas notara el temor que habían despertado en mí las palabras de Amimone. Desde que el Kraken me había dado la pista que necesitaba para comprender lo que estaba sucediendo conmigo, los efectos se estaban manifestando de forma continua, sin permitirme un simple descanso.

Esbocé una media sonrisa que esperaba más que convincente.

-Es el embarazo –mentí-. Me está pasando factura.

Mi tímida broma le arrancó una sonrisa a cada una de ellas. No podían ocultar la emoción que les había suscitado saber sobre mi falso embarazo y, en muchas ocasiones, lo demostraban con pequeños gestos que a mí me hacían sentir terriblemente mal por mentirles de aquella manera.

De inmediato, y a pesar de que pocas veces había mencionado mi falso embarazo, la atmósfera cambió completamente: mis doncellas se miraron entre ellas con la misma ilusión contenida con la que un niño se despertaba en la mañana de Navidad; Leda se acercó a la cómoda donde había una jarra de agua fresca, trayéndome un vaso lleno.

Le dediqué una mirada agradecida y le di un sorbo, esperando que la frescura hiciera desaparecer el dolor de mi pecho.

-Majestad, Elsen está aquí –me informó Amimone.

Crónicas de la Atlántida II: La conquista.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora