Los días fueron transcurriendo en una extraña rutina que me permitía estar lo suficientemente distraída para evitar revivir la conversación que había mantenido con Vasilis aquella mañana en el balcón. Había decidido apiadarme de Natalia y había contribuido sin la más mínima queja en todo lo que Mérope había necesitado para que su boda fuera perfecta.Y por fin había llegado el gran momento.
Mis doncellas se habían esmerado en crearme un vestido único para la celebración, ya que yo ocuparía un lugar privilegiado durante la ceremonia; me miré en el espejo y sonreí de manera aprobatoria. Para la ocasión habían decidido que llevara un vestido de color azul de palabra de honor y una pequeña cola que caía en forma de cascada desde mi espalda, incluso habían recogido mi pelo en un moño bajo para que pudiera verse el encaje desde donde nacía aquella cola.
Leda me devolvió la sonrisa, ya que era la única que se había quedado en el dormitorio conmigo para terminar de prepararme. Clímene y Amimone había tenido que bajar para vigilar que todo estuviera en su sitio, dejando únicamente a Leda en mi habitación, colocándome la tiara.
-Como siempre está preciosa, señorita –me alabó la doncella.
-Gracias, Leda –agradecí a media voz.
Desde el día en que Vasilis declaró abiertamente cuáles eran sus intenciones, no había podido dormir tranquila; por las mañanas me despertaba con la sensación de que algo no iba bien, como si mi mente hubiera olvidado algo importante. El dolor de la nuca se había convertido en un compañero constante y, cuando se lo había dicho a Habis, me había obligado a ver a Talos.
El sanador me había recomendado unas infusiones que, según nos comentó, me ayudaría con las jaquecas y el estrés. Habis no se opuso y, al preguntarle al respecto, dijo que las infusiones eran somníferas, como si todo el problema erradicara en el hecho de que no dormía bien.
Sin embargo, y a pesar de las infusiones de Talos, mis sueños se convirtieron en sobresaltos continuos por las madrugadas, con el corazón acelerado y la constante presencia del dolor en mi nuca.
-Lo hará bien, Alteza –me aseguró, creyendo que mi actitud decaída se debía a los nervios por lo que me deparaba a lo largo del día.
Le sonreí amablemente, me recogí los bajos del vestido y me dirigí hacia la puerta. Antes de bajar quería ver a Habis, ya que él también tenía que asistir a la ceremonia; además, al ser mi prometido, debía cumplir con las responsabilidades que eso le acarreaba.
Me detuve en mitad del pasillo cuando vi a Elsen salir del dormitorio de Habis con el rostro rojo de rabia. Iba vestido con su nuevo uniforme de capitán, a pesar de no haber sido nombrado aún, porque Mérope había insistido en que su hijo comenzara a comportarse acorde con su nuevo status; el repentino ascenso de Elsen había despertado el interés de muchas jovencitas, ya que Leda me lo confió una noche mientras me ayudaba a prepararme para irme a dormir.
-Ameria –suspiró Elsen con abatimiento, aunque sus ojos me estudiaron atentamente.
Era demasiado sospechoso ver salir a Elsen del dormitorio de Habis y su presencia allí solamente podía significar una cosa: algo grave estaba sucediendo. Se me había permitido pasar más tiempo con Habis, siempre bajo el continuo escrutinio de Elsen, pero tenía la sospecha de que aquellos ratos permitidos habían sido idea de Vasilis para comprobar si le había mentido.
Me puse de nuevo en marcha para poder alcanzarle. No podía negar que Elsen estaba atractivo con aquel traje nuevo, pero había algo en su mirada que no terminaba de cuadrarme con todo aquello, al igual que haberlo pillado saliendo del dormitorio de Habis.
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Crónicas de la Atlántida II: La conquista.
FantasyAmelia ha descubierto la verdad: su madre y su abuela tuvieron que huir de la Atlántida; su propio padre murió para que ellas tuvieran una oportunidad de vivir. Ella es la princesa perdida. Su abuela ha sido asesinada. Todas las pruebas apuntan a su...