{♛} Capítulo siete

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La noticia de mi repentina huida llegó tres días después de que Arnor consiguiera sacarme de allí; fue el propio Elsen quien nos informó que la Emperatriz había descubierto que mi celda estaba vacía y nos prohibió a Natalia, Matteo y a mí que pudiéramos salir de la casona. Antes de que Elsen decretara que estábamos bajo arresto domiciliario hasta nuevo aviso habíamos podido acompañar a Antígona por las calles de la Atlántida para ayudarla con los recados que nos enviaba Mérope, la mayoría de ocasiones siendo ir al mercado que se situaba cerca para reponer los enseres que más falta nos hacían.

Durante todo aquel tiempo, además, Habis se había encerrado en un duro mutismo después de haberse reencontrado con su padre y haber decidido quedarse con nosotros un tiempo mientras Arnor procuraba recuperar la confianza de su hijo después de ese encuentro. Lo que complicaba aún más las cosas.

Aquel día, por ejemplo, estábamos reunidos todos en el patio trasero de la casona. Como Matteo y Natalia no eran atlantes, Elsen se había centrado únicamente en defensa cuerpo a cuerpo y a cómo manejar armas; Natalia parecía estar al borde de un ataque de nervios, ya que era incapaz de sujetar bien el cuchillo que le había dado Rhodes para tratar de lanzar a diana. Matteo, al contrario que mi hermanastra, parecía tener un don natural para ello; quizá por todos aquellos videojuegos a los que tanto él como Alessandro habían jugado.

A mí, por el contrario, Elsen me había pedido que me reuniera en una zona apartada de los improvisados campos de tiro en los que Matteo y Natalia trataban de mejorar sus habilidades de puntería y manejo; en la zona en la que estábamos había tres toneles de agua, por lo que sospechaba por qué había decidido llevarme aparte.

Flexioné las rodillas y agradecí en silencio las ropas que utilizábamos para nuestra «formación»: unos pantalones ajustados que nos brindaban un alto nivel de movimiento y una túnica corta sin mangas y con un cinturón que se ajustaba al talle.

El resto utilizaban el mismo uniforme, aunque jamás se nos permitía salir así, ya que despertaríamos sospechas y montaríamos un escándalo al no cumplir con lo que se nos exigía a las mujeres: que lleváramos vestidos.

Esperé a que Elsen me explicara qué tipo de entrenamiento iba a tener que hacer hoy y por qué iba a ser diferente al de mis dos amigos, aunque en el fondo ya lo supiera.

-Supongo que sabréis utilizar vuestro control, ¿verdad, Alteza? –quiso saber Elsen, que flexionó los brazos e hizo un par de ejercicios con ellos a modo de calentamiento.

Me erguí, observando cada uno de sus movimientos; se había apartado los mechones de la cara con una cinta, dándole un aspecto mucho más... duro. E interesante, tal vez.

-Que haya estado exiliada en el Mundo Exterior no quiere decir que me haya olvidado de todo lo que soy... y de lo que sé hacer –dije y no era del todo verdad.

Era cierto que sabía utilizar mi control, aunque no de la forma que habría querido; recordaba perfectamente los patéticos intentos que había hecho en la playa que se encontraba detrás del chalet que había ocupado Habis en Portia y lo que me había supuesto crear aquel muro de hielo cuando Desdémona nos había atacado en el instituto, poseyendo el cuerpo de una mujer.

Sin embargo, y ahora que había logrado recuperar mis recuerdos y esa parte que me faltaba, por lo que podría demostrarle a Elsen que, aunque no estuviera en su mismo nivel, sabía cómo defenderme.

El chico asintió con severidad, como si estuviera evaluándome. Un segundo después, y sin previo aviso, hizo un movimiento brusco con la mano; un hilo de agua salió disparado de uno de los toneles, dirigido hacia mí.

Crónicas de la Atlántida II: La conquista.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora