{♛} Capítulo ocho

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No sé cuánto tiempo me quedé quieta en la misma posición, con el corazón sangrándome dentro del pecho y con ganas de querer morirme allí mismo; seguía repasando en mi cabeza una y otra vez el momento en el que Habis... ¿qué había hecho exactamente?

¿Rechazarme de manera abierta? ¿Decirme que, en realidad, estaba enamorado de mí pero algo le impedía que estuviéramos juntos? Las rodillas me fallaron y me precipité al suelo sin oponer la más mínima resistencia.

Me llevé las manos al pecho y cerré los ojos, conteniendo el llanto. No terminaba de entender qué había sucedido hacía unos momentos, pero la sensación era desgarradora; me quedé unos segundos más en aquella posición, tratando de recuperar el resuello y el control sobre mis propias emociones, y salí de allí.

Bajé a trompicones la escalera hasta llegar al primer piso y mis pies se quedaron clavados en la puerta que conducía al dormitorio que compartían Elsen y Habis; algo en mi interior me decía que él estaba ahí dentro y una parte de mí me exigió que irrumpiera en su dormitorio y le pidiera una explicación sobre lo que había querido decir allí arriba.

Pero era una pobre cobarde.

Seguí avanzando hacia el dormitorio que compartía con Natalia y me desplomé sobre la cama justo cuando las primeras lágrimas comenzaban a derramarse; me tapé la cara con un cojín para amortiguar los sollozos.

A la mañana siguiente me desperté sola en la habitación. Miré en dirección a la otra cama y vi que las sábanas estaban revueltas, señal inequívoca de que Natalia había regresado anoche y que ya debía haberse levantado; por unos segundos saboreé la idea de quedarme en la cama, compadeciéndome de mí misma y hurgando una y otra vez en la herida. No quería encontrarme con Habis después de lo que había sucedido en el ático anoche.

-Ah, Amelia, ya estás despierta –Natalia apareció en la puerta, con un vestido más pudoroso que el que había llevado en la fiesta-. Ayer desapareciste sin dejar rastro...

-No me encontraba bien –musité.

Natalia parecía ajena a lo mal que me encontraba, aún apoyada sobre el quicio de la puerta y observándome con una sonrisa de oreja a oreja; recordé lo que había visto en aquel callejón y me pregunté si aquella alegría matinal se debía a lo que había sucedido la noche anterior.

-Bueno, ¿bajamos a desayunar? –propuso mi hermanastra.

Aparté las mantas de mi cuerpo y me puse en pie. Aún llevaba el vestido que me había prestado Antígona, completamente arrugado por haber dormido con él, así que decidí quitármelo a toda prisa para ponerme otro. Natalia me estudió con atención mientras me desnudaba y tiraba a mi espalda al vestido, deseando perderlo de vista lo antes posible.

Me uní a Natalia en la puerta y avanzamos por el pasillo hacia las escaleras; la emoción contenida de mi hermanastra era más que palpable en el ambiente y que estaba deseando darme todos los detalles de cómo había sido su noche. Miré de reojo la puerta del dormitorio que compartían Elsen y Habis, pero Natalia pronto se interpuso en mi campo de visión con los ojos brillantes.

-¡Tengo tanto que contarte! –exclamó.

No tenía ánimos para escuchar las alegrías de nadie, pero me forcé a sonreír y a aparentar una felicidad que en absoluto sentía; bajamos hacia la planta baja y Natalia me guió directa a la cocina, donde se habían reunido todos. Pude ver rostros nuevos entre los hombres que hablaban en un reducido grupo cerca del horno, donde Mérope se mantenía en actitud vigilante y Arnor parecía estar a punto de ponerse a vomitar.

Elsen, que también se encontraba entre el grupo, parecía eufórico. Sus ojos verdes resplandecían de pura satisfacción y pude ver que estaba haciendo un gran esfuerzo por no ponerse a sonreír.

Crónicas de la Atlántida II: La conquista.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora