{♛} Capítulo dieciséis

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Sin embargo, y a pesar de mis súplicas y lloros, Elsen no se movió del sitio y tampoco hizo que nadie pudiera sacarme de allí; lo único que me permitió es que escondiera la cabeza entre la tela del jubón que llevaba mientras me acariciaba el pelo con actitud condescendiente, sin apartar la mirada de lo que estaba sucediendo en el poste.

De haber sido valiente, hubiera salido en su defensa. Si hubiera sido valiente hubiera tratado de detener al verdugo, aunque con ello lograra ganarme que Vasilis cumpliera con la amenaza que me había hecho llegar mediante el propio Elsen.

Pero no pude moverme del sitio.

Estaba tan aterrorizada con lo que debía estar pasando Habis que me quedé clavada en mi sitio, con la cabeza escondida y escuchando cómo el látigo golpeaba sin piedad la espalda de Habis. Haciendo que cada latigazo que recibía me hiciera sentir más culpable y miserable.

El tiempo se detuvo cuando Elsen se inclinó junto a mi oído y susurró:

-Ya ha terminado.

Temblando, me separé levemente del jubón de Elsen para mirar hacia el poste. Lamenté haber mirado su destrozada espalda, pero vi que Arnor no dudaba ni un segundo en separarse de Vasilis para acudir a ayudar a su hijo.

El verdugo estaba limpiando con deliberada lentitud el látigo, con los ojos clavados en Vasilis quien, a su vez, no apartaba la vista de mí; me obligué a erguirme y adoptar una postura acorde con las circunstancias.

No podía flaquear delante de ese hombre.

Vasilis desvió levemente su mirada hacia Elsen y yo no pude evitar mirar de nuevo hacia Arnor, a quien se le habían unido un par de hombres para cargar con Habis, que seguía inconsciente.

En un acto de pura rebeldía, me adelanté unos pasos para ayudar a Arnor, pero la mano de Elsen se cerró en torno a mi brazo con una férrea determinación; giré la cabeza para mirarlo y vi que sus ojos estaban atentos a mí.

-Sería mejor que no lo intentaras –me recomendó.

Tiré de mi brazo para liberarme, pero sus dedos se hundieron con más fuerza en mi piel hasta hacerme daño.

-Es lo mínimo que puedo hacer –repliqué con osadía.

-Yo que tú no lo haría –repitió, en tensión.

Mis ojos se movieron automáticamente hacia Vasilis, que hablaba con un reducido grupo de hombres de confianza; supe que la advertencia de Elsen estaba estrechamente relacionada con el hombre y con nuestra tregua. Por algún extraño motivo, Vasilis había decidido ponerme a prueba y yo sabía que, de no pasarla, estaría mucho más perdida que cuando había tenido a Xanthippe buscándome para poder matarme.

-La princesa está cansada –pronunció con cuidado Elsen a la gente que nos había comenzado a rodear-. La acompañaré personalmente al palacio para que pueda descansar.

No me había soltado del brazo y observaba a la gente con aspecto hosco, tal y como lo había hecho conmigo cuando lo había conocido en la celda el día que habían venido a rescatarme; Vasilis parecía haber perdido todo el interés en lo que estaban hablando sus hombres de confianza y parecía atento a la explicación de Elsen para sacarme de allí.

¿Por qué no lo había hecho antes y me había ahorrado seguir viendo ese macabro espectáculo?

-¿Sucede algo, muchacho? –preguntó Vasilis.

Elsen se cuadró ante su superior, adoptando un aire mucho más serio y formal.

-La princesa está cansada –repitió con cuidado.

Crónicas de la Atlántida II: La conquista.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora