Decidí quedarme encerrada en la habitación de Habis el resto del día. No sabía cuándo volvería Arnor y no me atrevía a dejar a su hijo solo; en mi cabeza no paraba de repetir una y otra vez la atropellada declaración de Elsen y la desesperación que parecía sentir para que lo eligiera a él.
Tan centrada estaba en mis crecientes problemas que no fui consciente de que el efecto de las medicinas de Talos iba perdiendo su efecto a marchas forzadas. Fue el primer gemido de dolor que se le escapó a Habis, que se había quedado profundamente dormido, lo que me alertó y sacó de mis pensamientos.
Dejé el libro sobre el butacón, acudiendo al lado de Habis para comprobar que su frente estaba ardiendo, señal de que las cosas iban mal. A lo largo del día no me había separado ni un solo segundo de su lado, por temor a que pudiera tener visitas indeseadas y porque no quería encontrarme con Elsen después del tenso momento que habíamos vivido antes en el pasillo.
Miré a mi alrededor, buscando de manera desesperada algo con lo que poder calmar a Habis; éste no dejaba de gemir y removerse, haciéndose daño en la espalda. Di con una jarra que habían traído a la habitación para que pudiera refrescarme mientras hacía guardia junto a su cama.
Cogí el vaso y lo rellené hasta el borde para llevármelo conmigo hasta donde Habis seguía siendo hostigado por la subida de fiebre que había sido resultado de la pérdida de eficacia de los medicamentos que había utilizado Talos para tratar la espalda herida.
Habis arqueó la espalda con el rostro crispado en una mueca de sufrimiento y apretando las manos hasta formar puños.
-¡Habis! –exclamé.
No recibí ningún tipo de respuesta a mi grito. La fiebre seguía subiendo de manera lenta pero incansable, sumiendo a Habis en una vorágine de delirios de los que me iba a resultar muy complicado sacarlo; recordé lo mucho que le había subido la fiebre a mi hermano en una ocasión mientras mi madre y Giancarlo estaban fuera.
Lo único que se me ocurría era darle toda el agua posible y ponerle paños de agua fría en la frente para combatir la subida de la fiebre.
Maldije a Talos por no haberme dado indicaciones sobre qué debía hacer en este tipo de casos y por no haber dejado ni un frasquito del ungüento que había utilizado para aplicárselo sobre la espalda, aliviando su dolor.
Incliné con manos temblorosas el vaso hacia los labios de Habis para que bebiera un poco, pero Habis parecía estar hablando consigo mismo, por lo que se derramó el líquido, empapándole la cara y las sienes.
-¡No! –exclamó Habis-. ¡No lo hagas!
Su rostro se había puesto sudoroso y se había mezclado con el agua que había derramado del vaso del que había intentado que bebiera. Su repentino grito hizo que mis nervios se acrecentaran.
Habis parecía metido en algún tipo de delirio desagradable y parecía estar pasándolo bastante mal con ella.
Tragué saliva y miré a mi alrededor, como si pudiera aparecer ayuda de la nada. Habis seguía debatiéndose en la cama, gimiendo y jadeando, haciendo que perdiera poco a poco con el autocontrol que me quedaba.
Pero debía que mantener la calma y no dejarme llevar por el pánico.
Traté de nuevo que bebiera algo de agua, sin éxito. Las sábanas de la cama se le habían enrollado sobre el cuerpo debido a sus frenéticos movimientos, provocando que Habis se debatiera con más ahínco.
-¡Habis! –lo llamé con más insistencia.
Había pasado de los gritos a los quejidos, musitando cosas sin sentido entre dientes con un terror que me paralizó. ¿De qué tratarían sus pesadillas? ¿Qué era lo que conseguía hacer que Habis perdiera toda la seguridad en sí mismo, convirtiéndolo en la criatura frágil que había pasado a las súplicas?
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Crónicas de la Atlántida II: La conquista.
FantasyAmelia ha descubierto la verdad: su madre y su abuela tuvieron que huir de la Atlántida; su propio padre murió para que ellas tuvieran una oportunidad de vivir. Ella es la princesa perdida. Su abuela ha sido asesinada. Todas las pruebas apuntan a su...