{♛} Capítulo treinta y cinco

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Elsen fue la persona que me encontró en aquel callejón, sola y aferrándome a ese maldito collar como si se tratara de un salvavidas. Tenía las mejillas manchadas con una sustancia grisácea parecida a la ceniza y veía que su traje nuevo estaba roto por algunas zonas, resultado de algún tipo de enfrentamiento; yo me había quedado apoyada contra la pared de piedra, con todo el cuerpo entumecido. Habis se había ido hacía un buen rato, sin dirigirme siquiera una última mirada.

A pesar de que había hecho lo correcto, no podía evitar sentir que no lo había hecho bien. Que había fallado de algún modo.

Seguía queriendo a Habis, había sido mi primer amor... aún seguía siéndolo; mi abuela siempre bromeaba diciendo que los primeros amores son los más difíciles de olvidar. Por aquel entonces yo me echaba a reír y sacudía la cabeza, divertida. Y ahora no podía evitar que el corazón se me encogiera de añoranza por la pérdida de mi abuela. ¿Qué hubiera opinado al respecto? Con todos mis recuerdos intactos, sabía que mi abuela se había opuesto a un compromiso tan repentino y que jamás estuvo de acuerdo; cuando había sido más niña, antes de que Xanthippe decidiera lanzar su ataque, la abuela me había hablado de cuando ella había sido más joven, de cómo había conocido a mi abuelo.

Elsen me tendió una mano, evidentemente preocupado por mi deplorable aspecto.

-Vamos, Ameria.

Dejé que cargara conmigo, ya que me temblaban las piernas. El humo se había disipado y los pocos hombres que había traído consigo Vasilis habían conseguido devolver la calma a la plaza, poniendo orden y limitando la zona; no tardamos en divisar a Vasilis, quien parecía estar a punto de estallar.

Se había limpiado el tomate que alguien de la multitud le había lanzado, pero su rostro seguía estando tan rojo que no era recomendable enfadarlo más de lo que ya se encontraba; Arnor se encontraba a su lado, sacudiendo la cabeza con pesar. Mérope y Antígona estaban abrazadas, con las mejillas húmedas por las lágrimas.

-Podemos irnos de aquí –anunció Elsen, conmigo aún en brazos.

Arnor me contempló con auténtica preocupación mientras que Vasilis se limitó a lanzarme una rápida mirada, comprobando que seguía estando entera. Habían conseguido desalojar todo el escenario y un carruaje nos esperaba cerca, listo para salir a palacio de manera inmediata.

-¿Qué hacemos...? –empezó a preguntar Arnor.

-He enviado a Hirieo y su grupo a que busquen a posibles sospechosos –respondió Elsen, sin permitir que su padrastro terminara de formular su pregunta.

Vasilis cabeceó conforme con la decisión que había tomado Elsen, convertido ya en capitán. Arnor nos siguió hacia el carruaje y le sostuvo la puerta a su hijo para que pudiéramos entrar y Elsen pudiera depositarme en uno de los bancos acolchados; Vasilis no viajó con nosotros, pero Arnor sí.

-No entiendo cómo ha podido suceder –musitó Arnor, retorciéndose las manos con nerviosismo.

Elsen, sentado a mi lado y cruzado de brazos, me lanzó una mirada de soslayo antes de mirar a los ojos a su padre; ambos sabíamos perfectamente quiénes eran los que se ocultaban tras aquel ataque. Sin embargo, nada tenía que ver con lo que me había explicado Vasilis: el hombre me había asegurado que Habis y sus hombres se encargaban de asesinar y mutilar a la gente en respuesta a los controles que estaban llevando a cabo los Opositores.

El ataque que habían lanzado en aquella plaza no había sido tan violento y sangriento como había querido vendérmelo Vasilis.

-Arnor, creo que deberías saber algo –dijo Elsen, muy serio.

Crónicas de la Atlántida II: La conquista.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora