{♛} Capítulo veintinueve

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Me mordí la lengua en todo el trayecto que duró el regreso a palacio. Aún seguía conmocionada por la idea de que Elsen hubiera decidido utilizar el truco de Vasilis para tratar de coaccionar de algún modo a Habis para que nos brindara su apoyo; Elsen seguía aferrándome de la mano, guiándome entre el cúmulo de gente en dirección a palacio.

No bajamos el ritmo en ningún momento, ambos ansiosos por regresar tras los muros del castillo. Además, yo quería aclarar cierto asunto con él, ya que no estaba nada conforme con lo que Elsen había hecho en esa plazoleta.

Una vez estuvimos tras la seguridad de los muros de palacio, me solté del agarre de Elsen y le di un fuerte empujón en el pecho. Elsen perdió el equilibrio, brindándome la oportunidad de estamparlo contra la pared de piedra.

-¿A qué ha venido eso? –le exigí saber.

Elsen me contempló impasible, dándome a entender que no se arrepentía en absoluto de lo que había hecho.

-No he tenido otra opción, Ameria –respondió-. En la guerra no se juega limpio.

Volví a empujarle, enrabietada.

-¡Pero es que no es cierto! –grité-. Yo no estoy embarazada.

Hablé en voz baja, espiando por el rabillo del ojo para que nadie pudiera escucharnos. Vasilis ya había iniciado el rumor sobre mi falso embarazo y Elsen no había dudado ni un segundo en utilizarlo a nuestro favor; lo que ninguno de ellos dos entendía era que la historia del embarazo falso podría estallarnos en cualquier momento. Recordaba el embarazo de Pietro, cuando mi madre estaba hinchada y apenas podía moverse. ¿Cómo íbamos a fingir mi embarazo? ¿Qué sucedería cuando la gente se diera cuenta que mi vientre... no crecía?

-Pero eso es algo que solamente tres personas sabemos –me contradijo, sin querer dar su brazo a torcer-. Esto es un asunto serio, Ameria: tu trono y corona depende de ello. No puedes permitirte tener honestidad cuando está en juego tanto. Ya has visto a Vasilis.

Apreté los dientes ante su simple mención.

-Vasilis es un tema aparte –repliqué.

Elsen entrecerró los ojos.

-Créeme cuando te digo que esto es lo que necesitaba Habis para tomar una decisión –me aseguró, quizá con demasiado aplomo.

Lo miré con dudas, pero no dije nada.

No tenía sentido.

Habis.

Con un simple gesto les ordené a mis dos subalternos que no hicieran ningún movimiento. Debía ceñirme a las palabras que me había dedicado la sacerdotisa y había hecho un esfuerzo sobrehumano para no echar a correr en dirección a Ameria; me había sorprendido recibir una nota de mi hermanastro donde me pedía un punto de reunión para poder hablar de un tema «de vital importancia.»

De algún modo habíamos encontrado la forma de comunicarnos sin que Vasilis pudiera estar al tanto y Elsen había decidido aprovechar la oportunidad; el perrito faldero de Vasilis había decidido cortar relaciones con su patrón, cansado de seguir las estrictas directrices y órdenes de Vasilis.

Y había terminado recurriendo a mí. Al traidor.

El estómago me dio un vuelco cuando vi que Elsen se detenía para dirigirme un último mensaje.

-Estás condenándola –dijo, con los dientes apretados-. A ella y al bebé.

Fue como si el mundo se detuviera durante unos segundos que me resultaron eternos. Admeto y Tesalia también se quedaron conmocionados al escuchar las palabras de Elsen; Ameria y Elsen desaparecieron entre la multitud, dejándonos a los tres en aquella pequeña plaza, tratando de digerir la bomba que Elsen había dejado caer antes de marcharse.

Crónicas de la Atlántida II: La conquista.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora