{♛} Capítulo seis

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Me encerré en el dormitorio que iba a ocupar allí a la espera de que me llegaran noticias. No podía evitar sentirme nerviosa por las cosas que podrían salir mal, por la posibilidad de que Elsen regresara con las manos vacías y con la noticia de que Xanthippe los había detenido; que Matteo y Natalia aún seguirían encerrados en aquella celda y que mi tía no dudaría ni un segundo en hacerles sufrir con tal de recuperarme a mí.

Antígona se había mostrado muy segura cuando había afirmado que Elsen lograría sacarlos de su celda, lo que me hizo replantearme qué tipo de relación uniría a la chica con Elsen. Saqué el colgante modificado que me había regalado Habis y pasé el pulgar por la gema para que me mostrara a mi familia, que se había convertido en una rutina diaria desde que me habían encerrado en la celda. Intenté indagar en mis recuerdos y me refugié en ellos, tratando de distraerme en aquella agonizante espera que me estaba resultando muy dura de plantarle cara.

De manera inconsciente rememoré lo que había sucedido en el cementerio, cuando había salido huyendo y mi madre me había visto; lo que quedaba de mi familia se estaba desmoronando poco a poco. Había escuchado por boca de otras personas lo que podía suponer este tipo de circunstancias al matrimonio de Giancarlo y mi madre. ¿Seguirían juntos después de esto? Mi madre debía de haberles contado nuestros orígenes, debía haberle explicado a Giancarlo qué había sucedido exactamente con Natalia. ¿Cómo se lo habría tomado?

Cerré los ojos, con el colgante entre las manos, y recé para que siguieran juntos. Mi madre había sufrido mucho desde que Xanthippe había conseguido dar un golpe de estado, expulsándonos de la Atlántida; ahora recordaba perfectamente el tiempo que pasábamos yendo de un lado a otro en el Mundo Exterior, sin saber muy bien cómo adaptarnos. Nos vimos en la obligación de vender parte de las joyas que mi madre había logrado sacar de la Atlántida para poder empezar a subsistir y, después, mi madre comenzó a buscar distintos puestos de trabajo para poder suplir las ganancias que habíamos conseguido de las ventas.

Nos convertimos en nómadas, quizá por el temor de que alguien nos descubriera, hasta que llegamos a Portia y mi madre se cruzó con Giancarlo.

Entonces escuché el sonido de una puerta abriéndose y un gran jaleo formándose en el piso de abajo. Me abalancé hacia mi propia puerta y trastabillé hasta lograr bajar los escalones que conducían hasta el vestíbulo; allí se había congregado un reducido grupo de gente que no paraba de hablar en voz alta y exaltada.

Reconocí el pelo negro de Elsen entre el tumulto de personas y Antígona no tardó en aparecer a mi lado. Parecía exultante de felicidad y sonreía mucho, quizá por la alegría que le producía el regreso de Elsen.

-¡Princesa! –exclamó, aferrándome por la manga del vestido destrozado-. ¡Han regresado!

«Han regresado», repetí en mi cabeza. Estaba hablando en plural y quería creer que ese mismo plural que había utilizado englobaba a mis dos amigos; dejé que me arrastrara hasta el tumulto de personas e hizo que se apartaran de nuestro camino, formándose al poco tiempo un círculo que nos rodeaba y que me permitió ver a dos figuras cubiertas por túnicas similares a las que había utilizado Arnor para hacerme pasar por un Confesor.

El corazón empezó a latirme con fuerza a cada paso que daba. Todo el mundo parecía estar hablando en voz de grito sobre lo que había sucedido allá abajo, pero apenas podía distinguir las palabras; mi atención, toda ella, estaba clavada en aquellas figuras que se mantenían ocultas.

-¿Natalia? –pregunté-. ¿Matteo?

Ambos se giraron a la par hacia mí, quitándose las capuchas y permitiéndome ver sus rostros cubiertos de hollín y suciedad; los ojos se me llenaron de lágrimas al ver que realmente eran ellos y que parecían estar bien, a salvo. Eché a correr y los rodeé a los dos con mis brazos para asegurarme de que no estaba soñando.

Crónicas de la Atlántida II: La conquista.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora