{♛} Capítulo veinticuatro

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Nos encontrábamos en el pasillo que conducía a nuestros respectivos dormitorios y el aire parecía haberse vuelto mucho más pesado. Amelia seguía entre mis brazos desmadejada como si estuviera a punto de desmayarse, pero sus ojos azules estaban clavados en mí.

Aquel momento de sinceridad por parte de Amelia estaba afectándome más de lo que creía. Llevaba mucho tiempo reprimiendo mis sentimientos, centrándome únicamente en el odio y la traición; la conversación que había mantenido con mi padre durante la Festividad de las Máscaras me había hecho recapacitar al respecto, haciéndome que me preguntara si, debajo de todas las capas que había logrado sobreponer a lo largo de los años, la verdad siempre había sido tan evidente.

Si mi propio padre, con quien me había reencontrado después de años creyendo que estaba muerto, había sido capaz de leer mis sentimientos con tanta facilidad, ¿quién no me podía asegurar que Xanthippe tampoco lo supiera?

La inesperada caricia de Amelia me sacó de mi ensimismamiento.

-Te quiero –musitó lastimeramente.

Incliné la cabeza para darle un rápido beso en la punta de la nariz.

-Ya casi hemos llegado –dije.

Amelia volvió a dejar caer hacia atrás con un resoplido de contrariedad.

Aceleré el ritmo para alcanzar cuanto antes la puerta que conducía al dormitorio de Amelia y la sostuve unos instantes más entre mis brazos, sopesando la posibilidad de dejarla en el suelo unos segundos para poder abrir la puerta; Amelia se removió entre mis brazos, como si hubiera adivinado mis pensamientos.

-Puedo hacerlo –protestó, sujetándose a la madera para mantener el equilibrio.

Le pasé el brazo por la cintura para asegurarme y abrí la puerta. No había ni rastro de sus tres doncellas y parecían haber dejado la habitación preparada para que Amelia pudiera acostarse cuanto antes. Agradecí en silencio que hubieran dejado la chimenea encendida e hice pasar a Amelia.

Ella se frotó los brazos y contempló su habitación como si no supiera dónde se encontraba.

-Habis...

La miré con atención, consciente de sus pupilas dilatadas y que todo aquello era producto de la droga que habían echado en la bebida.

Me estaba resultando muy complicado quedarme cerca de ella. Era posible que los efectos no tuvieran la misma intensidad que en Amelia, pero los notaba en lo más profundo; el calor, que antes había agradecido, se estaba volviendo asfixiante... al igual que el vestido que llevaba.

Me quedé congelado en el sitio mientras Amelia se dirigía hacia mí y el ambiente se volvía mucho más pesado.

Contuve un suspiro de alivio cuando sus brazos rodearon mi cuello y escondió su cabeza en mi pecho, soltando un prolongado sollozo.

-Prométeme que serás sincero conmigo –imploró, con la voz ahogada por las lágrimas-. Si algún día... si algún día te das cuenta que todo esto tiene que... que terminar... prométeme que me lo dirás, Habis. No podría soportar que jugaras conmigo otra vez.

«Mi corazón aún no se ha recuperado del todo –había dicho-. Sigue tratando de recomponerse mientras yo espero que lo hagas de nuevo...»

Mis brazos rodearon su cintura, pegándola más a mí.

-Soy tuyo, Amelia –le aseguré-. En cuerpo y alma.

Amelia.

Sus palabras provocaron que me recorriera un extraño cosquilleo por todo el cuerpo, aunque no sabía si aquello sería producto de las drogas que habían puesto en la bebida.

Crónicas de la Atlántida II: La conquista.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora