Prólogo

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PRÓLOGO

26 de Noviembre de 2016

Descuelgo el teléfono y espero a que Karen lo coja en recepción.

—¿Queda alguien más en la sala de espera?
—Sí, señorita. Es Sophie, la chica de la que le hablé.
—Oh, sí, hágala pasar, por favor.
—Enseguida.

A los pocos minutos, y después de haber ordenado un poco los papeles de encima de la mesa, la puerta de mi despacho se abre y aparece una chica rubia que se esconde tras unas grandes gafas de sol.

—Sophie, ¿verdad? —le pregunto.
—Sí —dice tras unos segundos—, así es.
—Siéntese, por favor.

La chica se decanta por la silla de la izquierda, cosa que me llama la atención puesto que casi siempre todos mis pacientes eligen la de la derecha. Espero a que se quite las gafas, pero al ver que no tiene intención alguna de hacerlo, decido empezar la sesión.

—Antes de empezar quiero recordarle que todo lo que se trate dentro de estas cuatro paredes no saldrá de aquí. Este será su espacio personal, por lo que necesito que confíe en mí. Y ahora, dígame, ¿por qué ha decido venir a una consulta psicológica?
—Bueno, pienso que eso tendría que decírmelo usted.
—Soy psicóloga, no adivina.
—Oh, y yo que pensaba que los psicólogos son unos comecocos al igual que la gente que se dedica a echar las cartas.
—¿Ha venido aquí de manera forzada?
—No —esta chica está empezando a desconcertarme.
—¿Entonces?
—¿Entonces qué?
—¿Por qué se muestra tan reticente?
—Supongo que no estoy acostumbrada a que me traten de usted, solo tengo dieciocho años.
—No parece tan joven. ¿Es ese su único problema, que le llamen de usted?
—Obviamente no —se cruza de brazos y sé que está mirándome fijamente aunque yo no pueda ver sus ojos.

Me quedo callada unos segundos hasta que Sophie vuelve a hablar.

—¿En esto se resume una sesión de psicología? ¿En sentarme, escuchar unas cuantas preguntas estúpidas y sin sentido y estar callada? Para eso me hubiera quedado mejor en mi casa.

He visto esto antes. Adolescentes intentando hacerse los duros cuando en realidad están rotos por dentro. Me pregunto qué le habrá congelado el alma a esta chica.

—Si de verdad quieres ayuda, trata de colaborar un poco conmigo.
—Creo que no sería capaz de...
—¿De qué?
—De contarle el problema directamente, sonaría demasiado frío.
Su tono se ha vuelto algo más amable, aunque triste al mismo tiempo. Parece que realmente necesita ayuda.

—¿Y qué tal si empiezas a contarme todo desde el principio?


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