Capítulo 7: Oasis

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CAPÍTULO SIETE

OASIS

30 de Septiembre de 2015

Cualquiera podría decir que pasadas dos semanas una persona normal ya ha tenido tiempo suficiente de integrarse mínimamente. En mi caso, lo único que se podría decir es que me había distanciado tanto que mi estrepitosa entrada el primer día había quedado en el olvido. Y no, puedo asegurar que no era porque fuera muy tímida y no tuviese el valor de entablar conversación con alguien. No, tampoco era porque los demás pasasen de mí. Definitivamente, no era nada de eso.
Era yo. Yo era la que quería estar sola. La que quería ser una asocial borde que se oculta entre los libros para escapar de la realidad que la rodeaba. Porque sí. Porque me gustaba la soledad. Incluso solía llegar a llevarme libros al instituto y aprovechaba los ratos libres para leerlos entre clase y clase y en la hora del almuerzo. Había veces en las que llegaba a meterme en algún baño porque no soportaba la idea de estar rodeada de adolescentes con problemas de higiene o sentimentales. Es más, creo que hubiera podido soportar antes sentarme al lado de alguien que no se había duchado en semanas que ir por el pasillo escuchando los dramas personales de las tías o las conquistas amorosas del sábado noche de los tíos. Aunque, sin duda alguna, lo que más me molestaba por encima de todas las cosas era contemplar los intercambios de saliva de las parejitas "felices" que con el tiempo acabarían convirtiéndose en dramas personales o, en su defecto, conquistas de una noche. Absolutamente todo era un verdadero círculo vicioso del que quería mantenerme lo más alejada posible.
El problema era que la mayoría de la gente no llegaba comprenderlo. No sé si es que eran masoquistas y les gustaba que les mirara con cara de asco o es que no tenían las suficientes neuronas como para darse cuenta de que no me caían bien. Aunque mirando la parte positiva, mi actitud hacía que los tíos ni se acercaran. Excepto uno.
Maldito el momento en el que coincidimos en la misma clase. ¿Por qué yo? Esto no era justo. Yo tan solo quería estar tranquila sin que nadie me molestara, no estaba pidiendo tanto.
Me encontraba leyendo unos apuntes que la profesora había entregado cuando noté cómo una mano se posaba en mi cabeza y hacía que tocara mi pecho con la barbilla. ¿Qué acababa de pasar? Miré hacia arriba, puesto que yo estaba sentada en unos de los pupitres delanteros de la clase de Literatura, y le vi. Pasó de largo y se puso a hablar con la profesora. Sí, ahí estaba. Odio Extremo.

—¿Por qué te acaba de tocar la cabeza? —preguntó la chica que tenía detrás, Adrianna, la delegada.
Me giré y contesté todavía un poco desconcertada:
—No lo sé.

El resto de la clase continuó sin interrupciones.

Cuando fui a recoger mi skate a secretaría, Castiel ya no estaba, así que simplemente me colé en la parte trasera del mostrador y lo cogí. Tampoco es que fueran a decirme nada por no llamar a alguien para que se agachara por mí y me lo diera por encima. Sería una pérdida de tiempo.

En el camino a casa pasé nuevamente por la tienda de música en la cual todavía estaba colgado el cartel de "SE BUSCA EMPLEADO". Esta vez decidí entrar, ya que si todavía no lo habían quitado, seguramente es que nadie había solicitado el trabajo con lo cual me contratarían o eso esperaba.

Empujé la puerta haciendo que sonara una pequeña campanilla colgada en el borde del marco que, obviamente, servía para avisar que alguien acababa de entrar. De espaldas había un chico limpiando una de las estanterías llena de vinilos. Llevaba un gorro de lana y un suéter de color azul claro. Cuando se giró lo reconocí al instante:

—Mierda, el chico de los bóxers... —murmuré no de forma muy disimulada ya que el chico se sonrojó un poco.
—Hmmm, ¿necesitas ayuda? —cambió de tema rápidamente.
—Sí —respondí.
—¿Y bien...?
—He visto el cartel de fuera. El de se busca empleado.
—¿Y te interesa?
—Es obvio que sí, sino no estaría preguntando.
—Bueno, técnicamente no has preguntado.
—¿Entonces está disponible...? —dije, poniendo los ojos en blanco.
—Eres la única que ha preguntado por él, así que es un sí.
—¿Y ya estoy contratada? ¿Así de fácil?
—Primero tengo que preguntarle a mi jefa y pedirte por el horario que te iría bien. Bueno, y tu nombre y tu teléfono de contacto, claro está —dijo mientras se acercaba al mostrador y sacaba un lápiz y una libreta.
—Oasis.
—¿Qué? —levantó la cabeza desconcertado.
—Mi nombre —dije mientras le cogía el lápiz de la mano y giraba la libreta para apuntarlo junto con mi número—. Oasis.

The Williamsburg ClubDonde viven las historias. Descúbrelo ahora